ESCRITOS
JUAN
Juan no quería pensar más, estaba tan cansado¡ Sólo deseó
estar en lo más íntimo de sí mismo y sentirse transportado hacia algún
lugar “salvaje” para, estando allí, no
volverse a ver como era él mismo.
Algunas veces, Juan no veía con buenas intenciones lo que ocurría a su
alrededor. Le desagradaba sobremanera el no poder satisfacer algo que anhelaba
sólo para sí. Era en esos momentos cuando él
sentía su incapacidad de la que tanto se avergonzaba.
Una cosa sobre todo preocupaba mucho a Juan: el no poder
disfrutar y emplear totalmente las horas del día que para él pasaban muy
veloces. Pero había algo más que éso: él estaba tan lejos de sí mismo y de su
ambiente¡ Se podría decir que era un
alienado del momento mismo en el cual él estaba llamado a vivir. Su angustia
-como él llamaba a este estado suyo- era
a veces tan real y aparecía tan
paradójica que él creía estar ante un
monje de una estatura gigantesca que habría venido a darle el ataque final.
El monje misterioso, que veía siempre que se acordaba de su
miserable situación, habíase hecho un poco familiar aunque al menos fuera
porque Juan ya no experimentaba ante él el mismo pánico que sintió aquella
tarde en que lo vió tan real en la penumbra de su funesta y confusa
imaginación. Cada vez que entraba dentro de sí mismo, veía aquel sujeto
aterradoramente cruel al que fue tomando un cierto cariño porque lo veía tan
apegado a él mismo y porque le parecía ver el principio de su posible
recuperación. El monje, como él lo
llamó desde esta misma tarde, fue haciéndose cada vez más y más real para él. Era que Juan en
cierto sentido le estaba abriendo un lugar en su misteriosa guarida. Primero lo
veía como una masa que pendía en un fondo evanescente, no se podría ciertamente
decir, si flotando o situado en alguna cosa. Poco a poco, esta espeluznante
imagen se fue clarificando y fue adquiriendo en su mente unos contornos más
precisos.
Habría que advertir que lo que más movió a Juan para seguir
en esa morbosa imaginación fue únicamente la curiosidad. Cuando se dió cuenta
de lo que se imaginaba empezó a tratar de investigar el por qué de aquello tan
misterioso. Ya en los días en que lo conocimos nos dijo que quería entablar un
diálogo con ese monje entrometido de su mente. Nos dijo finalmente que terminó
viéndolo como un verdadero hombre con el rostro indistinguible, y lo más
curioso fue que se le aparecía o se lo imaginaba como saliendo del mar y en la
playa surgía con su avasalladora presencia. Pero siempre seguía conservando
algo de translúcido y vaporoso. Un día
Juan apareció ante todos nosotros más angustiado que otras veces: se había
decidido resueltamente a acabar con
dicha imaginación que lo estaba sumiendo en una soledad aterradora…
PAVOR
Apagué lentamente el foco y me tapé apresuradamente con la
cobija. No podía creer aquello: estaba temblando de miedo. Una sensación de vacío y de frío me llenó por
completo. Días después, acordándome de este hecho, pensaba que no había obrado
como un hombre en ese momento. Y fue cierto: tenía miedo. Solo estaba yo en mi pieza, estaba ésta bien
cerrada, todos se habían dormido ya.
Trataba de razonar la causa de mi turbación para apartarla y poder dormir tranquilo, pero el miedo por nada seguía esclavizándome. Era inaguantable aquella situación. No me atrevía a moverme: no me había quedado
antes más inmóvil que en esta oportunidad. Cualquier sonido producido por el
viento o por las tablas de la cama o por algún otro objeto que se ponía en
contacto conmigo me conmovía hasta los
huesos. Me esforcé por conciliar el
sueño y así poder disipar mi estado de postración, pero me era prácticamente
imposible. Todo mi ser estaba pendiente
de aquellos momentos. A cada momento la ansiedad aumentaba: lo que fue al principio
una preocupación baladí, por algo leído justamente antes de acostarme, se
transformaba ahora en un estorbo para mi sueño y sobre todo en un círculo vicioso, en que un miedo
producido por nada, se convertía
ahora en un miedo real: tenía miedo de lo que era, comprendí en ese momento, en
medio de la oscuridad densa de mi cuarto y tapado como estaba por la cobija
hasta la cabeza, que la vida es lo mejor que tenemos, que vale la pena luchar
por conservarla, que es una injusticia no amar a los demás. Ví claro ésto y muchas otras cosas que no
logro descifrar en este momento¡
ESTE DIA
Un hermoso día es el que ha transcurrido hoy. Me parece, sin embargo, que es un día más en
mi vida, aunque sólo distinto a los demás.
No sé cómo van seguir las cosas.
Sí, hoy ha sido un hermoso día, pero que no he podido disfrutar de manera plena
porque me he sentido solo, inmensamente solo con un inmenso vacío que no he
podido llenar. Qué será ésto? Por más que me agite en el trabajo y por más
que me trato de entusiasmar siempre me
sigue faltando algo que siento como esencial.
No sé dónde o cómo encontrar lo que me falta para sentirme satisfecho en
lo que estoy haciendo.
LLUEVE (1)
Llueve afuera impune y tenazmente, mientras dentro seguimos
pensando y hablando. He sentido una tentadora sed que no he podido satisfacer
como quisiera. Nunca antes había experimentado una sensación similar tan
fuerte. Nos movemos por deseos, lo que hacemos es tratar de satisfacer deseos.
El hombre se define como un ser deseante.
Llueve. Me agrada oír cómo caen tantas gotas de agua y cómo
van cubriendo todo el campo de humedad y de frescura. Nada más encantador que
respirar gratamente el aire después que ha pasado la lluvia. Todo vuelve a
recuperar su calma. Es como si hubiera venido alguien a trastornar por un
momento el silencio natural y hubiera venido a traer un no sé qué. La lluvia continúa. En el jardín las hojas se mueven al
ritmo del ruido que producen las muchas gotitas de agua.
LLUEVE (2)
Comenzó a llover de improviso. Pronto la tarde se llenó de
llanto y el cielo se vistió de gris. La lluvia caía pesadamente en el jardín.
En éste, parecía que las gotas de agua al caer juguetearan con las hojas y las
flores de las matas. Realmente nunca nos había sorprendido antes la lluvia con su sencilla fragancia a tierra húmeda. A pesar
de que el chubasco acababa de frustrar los deseos que teníamos de salir,
tuvimos, sin embargo, oportunidad de disfrutar por unos momentos de la lluvia
que aunque nos moja con frecuencia cuando vamos por la calle, no la hemos
disfrutado en su belleza como se deben recibir las cosas serenas cuando nos
llegan al corazón. Aquí he comprendido que la naturaleza y las personas
influyen en nosotros de muy diversa manera, según como nos situemos frente a la
realidad.
Mientras pensaba en ésto, viendo cómo las gotas de lluvia
daban contra la ventana, advertí que los compañeros que estaban conmigo apenas
prestaban atención a lo que ocurría afuera. Yo también hasta me extrañé un poco
de que me hubiera fascinado en tal forma la lluvia en ese momento, porque había
visto llover muchas veces antes, y ésta era la primera vez que me sentía
impresionado de tal modo¡
UN SUEÑO.
Bajamos apresuradamente las escaleras. Después pasamos por
pasillos muy estrechos que no sabíamos propiamente adónde conducían.
Descendimos mucho. No recuerdo muy bien cómo fue todo aquello. Me acerco con
nostalgia a estas visiones. Era una carrera para lograr salir de aquel mundo
atosigante. Por fin llegamos a una especie de garaje. Allí quitamos unos palos
atravesados y abrimos una puerta que parecía no la hubieran abierto durante
mucho tiempo. Montamos a un auto y salimos. En lo más profundo de mí mismo llevaba
el recuerdo de un ayer cruel y detestable. Creía que podíamos ahora sí, empezar
de nuevo. Así nos vimos de pronto pasando por el centro de la gran ciudad que
parecía tragarnos por todos lados con su sinnúmero de espejismos. Algunas
personas que despreocupadamente deambulaban todavía nos recordaban la ausencia
de fundamento en nuestras vidas. Siempre íbamos hacia adelante, en busca de
algo nuevo, de pronto de algunas cosas buenas. Siempre mirábamos más allá de
nosotros mismos escogiendo tal vez la manera de disfrutar mejor de todo.
(Siento
una profunda nostalgia hacia ese mundo del sueño que yo creo vivir pero como
llevado por cuerdas invisibles hacia soluciones o salidas imprevistas. Siento
una gran pena no poder conservar todos los elementos de estos sueños. Se trata
de un mundo maravilloso en el que no somos completamente nosotros mismos pero
donde se nos revelan los avatares, los enredos y aún los detalles más tenues y
triviales de nuestra vida. Esta aparece como un ambiente oscuro y oculto que se
va desenvolviendo con nosotros adentro).
RECUERDO
Recuerdo que una profesora, a la que yo estimaba mucho, me
recriminó delante de todos los compañeros de curso porque, según ella, lo único
que yo había hecho durante los años que había pasado en la Facultad había sido
copiar descaradamente teorías raras y muy poco difundidas de otros autores y
presentarlas como propias. Sentí que ante tal acusación, que no había sido sino
la concretización verbal de una sospecha que ella había mantenido desde que nos
conocimos, todo adquiría una dimensión nueva para mí, un fulgor raro que antes
no había presentido, una faceta distinta que veía que podía aprovechar. Pero
por el momento tenía que conservar mi talante y la fama de estudioso entre mis
compañeros y así fue como empecé hablando, defendiendo mi punto de vista, haciendo
a un lado la acusación que me había hecho y enfrentándome a la vez a ella.
Recuerdo que le dije que no se basaba sino en prejuicios y que su hacer filosófico -hay que decir que era
de formación orteguiana- se había
limitado a darle un estatuto filosófico a dichos prejuicios, que ella
consideraba muy válidos e inviolables ya que los veía como asiento y
sostenimiento de toda una manera de constituirse la sociedad…
DEL PASADO VIVIDO
Todos me miraban como a un extraño. No comprendí del todo
lo que pasó. Aún veo como a lo lejos aquellos instantes ya distantes. Me parece
que no acabé de vivirlos. Fueron instantes muy intensos, de hondo contenido.
Pero siento como si no los hubiera vivido por completo. Tenían tanto para
nosotros. Eran tan ricos. Quisiera que no pasaran, pero ya se fueron. Como
decía, allí estaban todos esperando la partida del avión. Estábamos nerviosos.
No era fácil controlarnos. En el cielo se presentía la lluvia. Pronto se
cubriría de grises nubarrones. Me parece que ésto contribuía más a la nostalgia
de la partida. Fueron instantes largos y a la vez tan cortos¡
Trato de recordar todos los detalles de aquella despedida.
Tuve una época, cuando ya no trabajaba en la librería, en que estuve tan
preocupado por cuestiones económicas que éstas se volvieron afectivas. En esos
días simplemente soportaba todo aquello. Lo recibía como una falta de suerte en lo que emprendía. No analicé
bien las consecuencias. No fui lo suficientemente precavido. Había fallado. Con
estos sentimientos caminaba por las calles casi sin rumbo fijo. Entré
casualmente a cine. A la salida ví a dos muchachas que vivían cerca de mi casa.
Las había visto varias veces pero no había tenido oportunidad de conversar con
ellas. Ahora, algo me motivó a hablarles. No recuerdo muy bien por qué. Así fue
como conocí a Pakita y a Belinda.
Cuando veníamos a casa conversamos acerca de lo que estaban
haciendo en la ciudad. Me parecieron agradables y tiernas. Así entablé una
amistad cuando más desorientado me encontraba. Recordé a mis antiguas amigas.
Las veía a todas como formando un coro de cantantes que por más que se
esforzasen no lograban emitir el menor sonido. Las veía como en medio de
sombras. Es cierto, las recordaba con pesar, con cierta resignación triste,
como es la que se siente cuando se evoca algún objeto perdido. Ahora era el momento
de la alternativa. Pero aún no he escogido. Presiento al contrario, que he sido
escogido.
En los días que siguieron a aquel encuentro, seguí
conversando con ellas. Me enteré con más detalles acerca de lo que estaban
haciendo. Supe que eran americanas aunque nacidas en Colombia. Llevaban dos
años ya en el país, tiempo que habían empleado en diversas ocupaciones, como
auxiliares de turismo, dependientes en almacenes y en viajar. Era increíble
todo lo que habían hecho, todo lo que habían conocido. Habían estado en todos
los sitios que yo había elegido visitar. Esto me llevó a pensar, cuando después
de hablar con ellas, retornaba a casa, en aquellos viajes. Las veía alegres,
joviales y encantadoras conociendo todos aquellos lugares.
AL CAMINAR
Caminé aquella mañana mientras pensaba en todas las
experiencias compartidas. Trataba de observar detenidamente todo lo que encontraba a mi alrededor y que
ahora por ir caminando me parecía más palpable. Sólo en pocas oportunidades se
puede aspirar de ese modo el tenue
vientecillo mañanero. Quería dejarme llevar por mi imaginación por ella. Así
notaba cómo junto con las flores la veía a ella, a mi amiga buena y tierna. Me
acercaba lentamente a su despedida. Qué amargos se me hicieron esos últimos
instantes antes de llegar¡ Presentía todo lo inusitado de una separación.
Todavía me parece ver aquel grupo de muchachos que jugaban fútbol. Me llenaron
de una honda emoción: quise sentir mi alegría por la vida al máximo. Dos cosas
llamaron mi atención: unas vacas que pastaban calmadamente en un verde campo
moviéndose de modo pesado y una sencilla fuente de agua que esparcía de pronto
gotas fuera de su pila. Cuán tranquilo estaba todo¡
Cuando llegué a la puerta ví numerosos turistas y viajeros.
Algunos gestionaban los últimos detalles de su viaje, otros esperaban junto a
las puertas de salida mientras conversaban con sus amigos. Allí junto a una de
aquellas puertas la encontré. Sentí una gran satisfacción y también estupor por
todo lo que iba a sobrevenir en pocos minutos.
INSISTENCIA
Percibo fuertemente una concreción de lo angustioso. Casi llego
a la desesperación por no medir bien las cosas. Soy un falsificador de
ilusiones. Llevo en mí algo que me dice que no me aventure en lo cotidiano
vivido por codicia. Lo monetario no es mi medida. Qué profundo destino tan poco
querido¡ Pero siempre triunfa lo que es, aunque sea derrumbando muros y
dificultades. Por sobre las olas aparece el dominador y el que doblega
horizontes. No podemos oponerle escollos a su camino porque lo realiza trazando
surcos de antemano y no permite dilaciones. He querido torcer su dirección,
pero he sido, misteriosa y ocultamente, conducido de nuevo a la recta mirada
del que mira más allá de la elevación observada. Qué profunda desazón se siente
cuando se experimenta que ha transcurrido mucho rato para volver a la
orientación previamente convenida, para empezar de nuevo aunque queden las
heridas de la búsqueda, onerosa e inútil. Pero lo importante es que en una
situación así, somos advertidos de lo que no se ha constituido para nosotros.
Preveo que a pesar de la contradicción real, como la que existe entre lo oscuro
y lo luminoso, cada uno de nosotros, (yo) se define como algo concreto, es decir, con una ensidad especificada, y que
por éso mismo exijo y se me exige una manera determinada de vivir la vida.
En una palabra, quiero volver a encontrar lo que se me
exige dejando a un lado las ilusiones convertidas en demostraciones de la
idiotez. Tengo que ser siempre fiel a lo racional que hay en mí. Lo que deseo
ahora es olvidar lo anterior, lo doloroso y lo que fue motivo de inquietud
constante. Claro que no pretendo ahora abandonar todo lo que sea preocupación,
sino hacer que ésta me conduzca hacia metas más concretas de proceder y de
proseguir.
CAMINATA
Los entrecruzamientos vividos diariamente conforman el
presente vivido. Es una concreción previa la que se establece. Conforma nuestro
mirar enternecedor.
Mi camino se tornaba igual y gris. Tras la bruma, sólo
aparecía una misma preocupación. Era el mismo pensamiento que se había vuelto
oscuro. Los pasos crepitaban pero a ratos eran acallados por los gritos de
algunos niños que aún jugaban frente a sus casas. De pronto sentí lo que antes
había sido motivo casi de miedo para todos. Mientras me concentraba en mis
pasos, a medida que iba aproximándome a
la casa, me imaginaba del mismo modo cada vez más vívidamente lo que había
hecho poco antes. Una sola idea me preocupaba desde hacía rato. Reviví todo
aquello. Sentí que mi recuerdo estaba unido al ritmo de mi caminar en aquel
momento. Siempre había pasado por allí, pero con la misma indiferencia diaria.
Sólo ahora se me ocurrió reflexionar en todo lo que estaba haciendo. Me asombré que durante tanto tiempo
estuviera haciendo lo mismo, casi sin pensar en ello. “Es increíble”, me dije.
Qué pronto se recupera todo con el recuerdo¡
Pero, qué es lo que se recupera con la evocación de lo ya vivido? Sólo
la nostalgia, que es lo que queda
después de haber vivido algo: la nostalgia de que aquello, por insignificante o
importante que haya sido, ya ha pasado
y también, la de poder haber hecho lo que se hizo de una manera más adecuada
con lo que deseaba y era yo en ese
entonces. Esto será lo único que queda? Pasamos por las cosas. Qué más nos queda?
Me queda la duda de que solo me dejo llevar por los usos
acostumbrados en el trabajo diario. He razonado durante la vuelta a casa,
mientras observaba el campanario de la iglesia a lo lejos, qué es lo que en
verdad permanece. Ansiamos una autenticidad lograda en la constancia y la paz.
Tenemos que emprender a diario la lucha tenaz por la apertura. Corremos en pos
de la última ventana abierta hacia el campo aún no contemplado de lo
cognoscible, de lo no conocido aún. Nos afanamos pero no siempre se nos descubre
el enigma porque lo verdadero asusta. Quién ha osado enfrentar lo verdadero?
Quién ha decidido arrostrar lo luminoso que debe desafiar nuestra oscuridad? Quisiera comprender el
secreto encantador que nos permitiría comunicarnos con lo real de un modo
distinto. Quisiera no distraerme en mi peregrinación. Hay tantas llamadas desde
lo inesperado¡
LUCIA
Lucía escribía silenciosa en el escritorio. En ese momento
traté de recordar todo lo que conversamos hacía unos pocos días. Me parece
increíble que lo que recuerdo haya podido
haber pasado. Veo unas gotitas que caen sin restañar siquiera el suelo.
Cómo se pierden en el suelo seco todavía y se confunden con el polvo¡ Me parece
que sienten doblegarse de esa manera, para unirse confundidas con la tierra que
las recibe absorbiéndolas. Así veía yo mi tristeza, esta tristeza que no acabo
de aceptar. Esta mi tristeza confundida con recuerdos nostálgicos de un pasado
tan reciente, que es absorbida también por la multitud. Mientras caminaba
recordaba su sonrisa que se perdía en mi evocación borrosa.
Me chocaba con los que pasaban presurosos pensando en su
tarde conseguida, diseminando también sus penas como gotitas perdidas. Pronto,
mientras más caminaba, éstas fueron haciéndose más oprimentes, fueron
aumentando. Llegó el momento en que ya no podía, en medio de la multitud que ya
corría, soportar debajo de mí las gotitas ya convertidas en gotas que empapaban
el piso, ni encima de mí, su contacto áspero, frío, que hacían más torpe mi
tristeza. Casi corría ya mientras me acosaban tristes y vagos recuerdos de lo
que pasó entre nosotros. Fue una experiencia irreconocible ya que quedó
impregnada de pasado y, estancada, ya no permitía ser agarrada por completo.
Sólo me dejaba ver lo que me hacía casi gritar de pesar. Pronto ví que el piso
estaba ya completamente mojado, hasta fluía la lluvia por los rincones de la
acera. Me detuve para no quedar por completo cubierto por aquel chubasco que
era ya un montón de goteras que me evocaban experiencias ya pasadas.
Observé con detalle cómo iba cada vez más aumentando la
lluvia y tocaba ahora todos los tejados. La oscuridad que siguió aumentó mi
confusión. Trataba de calmarme, reviviendo los instantes cuando Lucía me
hablaba con su tierna y suave voz. La conservaba tan dentro de mí¡ Su figura
aún se movía en la escena creada por mi imaginación. Parecía estar modulándome
un breve saludo con su dulce sonrisa. Traté de captar todo el contenido de esta
visión pero me cegó el dolor. Me sentía demasiado solo sin ella. Nunca antes la
lluvia que seguía cayendo en forma continua me había aturdido e impresionado
tanto.
Cuando llegué a aquel salón que tenía una decoración
colonial, me quedé unos instantes recordando su mirada acariciadora. Por las
calles mojadas aún, iban algunos transeúntes tras el compromiso de la tarde.
Todo se liquidaba para mí con nostalgia. Sentía un nudo en la garganta cuando,
al contemplar lo que pasaba afuera, trataba de rememorar la experiencia de mi
amistad con Lucía, que ahora solo existía cuando la evocaba en mi mórbida
imaginación.
A veces revivo tu amor como un bien perdido. Es como si
escuchara en mi interior el sonido alargado que producía el tren cuando se
acercaba o se alejaba en el pueblo de mi infancia y se perdía en el horizonte, como en una
incesante despedida. La presiento, como viviría la presencia de su amada un
enamorado aún no acostumbrado a la luz de la separación. Cuando la percibo en
mis preocupaciones es como si hubiera estado conmigo en la noche de los sueños
y de las velas amainadas, y se mantuviera entre las ideas vagas como un
elemento onírico difícil de sujetar. Me envuelvo en su presencia riente,
elocuente y dulcificante para cubrir mi desamparo confuso, aún no acostumbrado
a lo amargo de la separación. Al cerrar los ojos logro distinguirla: es como un
peñasco que de pronto nos encontramos en el camino y que suscita en nosotros un
sobrecogimiento de sorpresa. Ella se ha vuelto a meter en mí como el crepúsculo
en el día luminoso.
A veces trato de recordar lo que Lucía, admirada, me decía.
Pero sólo logro recuperarla en forma tenue y huidiza. (En ésto comprendo por qué no se puede, en la experiencia estética,
aplicar el mismo tipo de valoración de lo real como en el proceso de
conocimiento. Hay que distinguir los dos campos: en el estético prima la
valoración que es de corte subjetivo, en el sentido de que está reconociéndose
su valor; en el del conocimiento, una valoración previa ya es sospechosa).
Me he recreado en el encanto de Lucía. O mejor, he vuelto a
recrearme, a verme en ella. Mi experiencia de lo personal, de mi yo, se hace
más incisiva, más monstruosa y más obsesiva. (Creo que en este sentido sería
interesante analizar en la vida cotidiana por qué el yo se hace tan obsesivo
hasta el punto de hacernos mantener en esta posición ilusionista, tan
fuertemente adheridos a lo que se nos escapa a cada instante. Es la experiencia
del yo). En el evento de sentir intensamente en la relación amorosa, la dicha
de ser correspondido, nuestro yo adquiere un nuevo tipo de verdad. Se hace más modelable, más aparienciable, más impresionable.
EVOCACION
Sentía aún aquella tibia noche como si todavía estuviéramos
contemplando la superficie que se movía de manera incesante. Es como si todo
aquel mundo ya tristemente olvidado de las Bóvedas
no quisiera esconderse del todo de mi memoria. (Reconozco ahora el poder
evocador de la imaginación cuando se trata de recrear hermosas o placenteras
escenas que han adornado nuestra existencia, aunque en la vida cotidiana nos
dediquemos a otras actividades no tan valiosas pero exigidas por la sociedad de
consumo actual en la que se exige que los individuos funcionen como fichas o
piezas de un mecanismo previamente organizado)
Aún me
parece estar viendo todo aquel paisaje visto por primera vez con la mirada
despreocupada de un estudiante, amante de la vida y de la belleza. Qué tan
nítidamente, lo siento ahora, se graban esas imágenes en nuestro interior,
ligadas con nuestra manera de ver las cosas. Ahora cuando relaciono esas
remembranzas con mi estado anímico actual, comprendo el inmenso valor que tiene
lo poético para mí. La poesía es poder ver más de lo cotidiano, leyendo las
relaciones ocultas de las cosas. Toda experiencia vivida es poética si se la
vive en toda su pasmosa e increíble armonía y sencillez.
Es intentar liberarnos de un poder interior que nos hace
ver un misterio interior, válido para nosotros en ese preciso momento y solo
para nosotros y que después desaparece cuando ha pasado lo que muchos llaman inspiración. (Efectivamente es como una
especie de inspiración o transmisión de un espíritu y una capacidad especial de
lectura de lo real que, por fuera de este contexto poético, es vivido solo como
objeto-para en toda experiencia
cotidiana).
La
poesía más original, más prístina y nítida es la expresada con las más
sencillas palabras. Lo importante es tratar de recrear toda la experiencia
poética aprovechando el poder evocador y recreador del lenguaje.
RECORDANDOLA
Se durmió como lo hace un niño, ocultando su carita entre
la manta. La duda aún abarcaba mi
mirada. Pronto fue silencio. El silencio es la lenta sucesión de las palabras
quietas, es la calma de los sonidos de las palabras. Por eso es incomprensible
ya que sólo entendemos lo que oímos con claridad.
Se me ocultó. Se perdió de mí ese misterio. Ya no fue
misterio sino un no-pensar. El misterio
es lo que nos impresiona. Para impresionar tiene que dejarse percibir o notar
como tal. Por éso ella dejó de ser misterio desde que se ocultó. Se negó
como presencia ante mí. Eligió ser nada
para mí. Se me negó. Su ser ya no me impresiona en forma sensible porque ha
elegido no hacerse de nuevo presencia. Cuando algo presente se presenta no como una cosa del mismo
presente sino con un ser de re-presentación,
de nueva presentación, entonces nos presenta algo más de lo mismo siempre
presentado y este algo más presentado
es lo que nos llama la atención, es lo que nos impresiona y nos ilusiona.
Lo que siento es la ocultación dolorosa de algo que ya no
se podrá retener: lo que me ilusionaba con respecto a ella. Es todo un mundo
que se viene abajo. Fue tan repentino todo aquello. No puedo ni por un instante
mirar cómo ha ocurrido la desaparición de lo que me era cotidiano, de lo que me
era perceptible y evidenciable. Por éso es por lo que lo misterioso ha
desaparecido desde que ya no me sobrecoge ni emociona como lo fue la primera
vez.
Lo amoroso, en el sentido de todo lo que constituye la
experiencia de los que se aman, se compone de ese elemento sobrecogedor que
hace posible la ilusión. Me ilusiono porque veo más allá de lo meramente
aparente, porque vivo otras relaciones más allá, o al interior de lo que
percibo. Imagino un mundo que se nutre del mundo real, que se forma a base de
interrelaciones de elementos reales e imaginarios. Es un mundo creado por mí
para sostener estos mismos contactos reales, para hacerlos más vívidos, más plenos,
o para construir un ambiente donde lo real imperfecto, las deficiencias de
construcción de lo real, alcancen su realización completa, pero imaginada.
DE MI PUEBLO
Caminé largo rato mientras rememoraba todo lo que llenaba
mi vida cuando aún estaba allá en mi pueblo. Ese pueblo que de solo recordarlo
me llenaba de una paz difícil de transcribir. Veía, mientras miraba mis pasos,
cómo en el horizonte todo adquiere un ritmo temporal que va desapareciendo o
haciéndose imperceptible mientras más nos vamos alejando del centro elegido.
Eran para mí aquellos ratos pasados de juego en juego con mis amigos de
entonces, la plena luz de los alegres días. Aún conservo como una imagen aunque
borrosa por el transcurso del tiempo, pero tan serena en su belleza como el
mismo día que la contemplé, la impresión que me causó toda aquella enorme
construcción que ya se perfilaba en el azulado cielo como la nueva iglesia de
nuestro pueblo. Miraba todos los diversos aspectos de la edificación que se
levantaría en lo que había sido hasta entonces el campo predilecto de nuestros
juegos.
Me sentía como asistiendo a la representación de un drama
en el que cada operario ya sabía por anticipado el papel correspondiente. Los
miraba no tanto como un espectador que trata de comprender lo que se está
haciendo delante de sus ojos, sino como un capataz atento a cualquier error de
realización. Para mí era como un juego en el que no se me permitía entrar
porque sus reglas había que aprenderlas y yo estaba acostumbrado a unos juegos
que se inventaban, por así decir, sus propias reglas.
RECUERDO COLOREADO
Ella estaba sentada aún donde hacia unos momentos me había
comentado algo acerca de sus inquietudes. Me había puesto de pie hacía algunos
instantes y volvía donde ella. No la veía como al principio, desde el primer
momento. La veía desde la puerta. Mi memoria la distinguía entre la gente que estaba también en aquel
lugar. Lo que ví en ella primero fue su vestido amarillo: toda su apariencia
era de este color: su cabello, su rostro claro. Ví como una impresión de este
color, pero luego fue delineándose. Era ella todo mi centro de atención. La
recordé a través de aquella impresión coloreada.
INSTANTANEA
Estoy aquí, en mi pieza, mientras oigo una pieza de Haydn
por el pequeño transistor. Mientras la buena música se recrea en el ambiente,
yo pienso sobre tantas cosas. Mi pieza es sencilla: una cama con una colcha
blanca a un lado junto a la pared, arriba, encima de la cama está fijada a la
pared una pequeña cruz blanca hecha con madera de pino. Al otro lado de la
pieza hay un pequeño escritorio con unos cuantos libros y cuadernos en
desorden. Junto a éste hay un rústico estante con más libros, unos viejos, otros
nuevos. En un rincón hay una silla cómoda, muy propicia para leer, por ejemplo,
durante las tardes. El cuarto es, pues, sencillo, pero con una noble
simplicidad.
CUMPLEAÑOS
Todos los que estábamos en la sala decidimos festejar a
Raúl. Era compañero nuestro en la
Facultad y supimos que hoy estaba cumpliendo sus 20 años. Al
momento se nos alegró el ambiente, todos estabamos contentos e ideando la mejor
forma de hacerle pasar un buen agradable rato. Sabíamos que recibiría ésto con
mucho agrado y a la vez él mismo contribuiría a nuestro regocijo. Preparamos
todo de la mejor manera. Decidimos que se le cantasen algunas de aquellas
canciones que tanto nos gustaban a todos. Se dispuso quiénes cantarían y
quienes tocarían los instrumentos. Estando todo preparado, Miguel ideó un magnífico obsequio: tomó una naranja y
le insertó 20 fósforos y arregló unas galleticas con mermelada. Esto nos gustó
tanto a todos que al punto aplaudimos con fuerza dando gritos de camaradería.
Organizamos cómo se iba a realizar el festejo. Estabámos en
el piso de abajo y él estaba arriba en la pieza de Tomás terminando un trabajo
de investigación. Decidimos que subiríamos en silencio y que antes de entrar,
entonaríamos una canción en el momento justo en que abriríamos la puerta
entrando todos aplaudiendo y cantando.
Así se hizo y después de que hubimos entrado, todo fue una sola alegría
y un único afán: festejar todos sinceramente a Raúl.
Aunque en un primer momento, él y Tomás se sorprendieron
mucho, entendieron al instante el motivo de toda aquella algarabía y entraron a
participar también de nuestro regocijo. Todos estábamos ya contagiados del
sentido de fiesta y francamente alegres. Miguel hizo entrega con mucha
ceremonia y parsimonia del obsequio que con todo cariño, por medio de él, le
ofrecíamos. Media hora estuvimos allí y después de felicitar a nuestro
compañero nos retiramos cada uno a su cuarto.
CONTEMPLACION
Era una mañana apacible y soleada. Respirábase un leve
viento y las hojas de los árboles movíanse lentamente. Todo era paz y
tranquilidad. Nada revelaba el angustioso ser íntimo de aquel joven que miraba
de manera lánguida desde la ventana en uno de los pisos altos de la
edificación. En el ambiente sereno se presumía que tal vez ese sí sería un
nuevo día para aquel joven transido de desasosiego e inquietud.
Sabía muy bien que tal actitud sólo traería a la larga una
serie de problemas cada vez más intrincados. Pero, qué problema sería aquél? El
mismo nos lo podría decir todo enseguida, pero en algunas actitudes se podía
percibir en forma clara que no atinaba a armonizar y a conciliar los grandes
ideales por los que había luchado siempre y las atracciones y solicitaciones de
la carne que ahora más que nunca le aferraban a la miserable tierra. Solamente
en algunos momentos pasajeros había experimentado aquellos arrebatos e
inspiraciones místicas, en los que se
sentía como compenetrado y unido con todo el universo. Ahora se esforzaba en
conseguir de nuevo dichos sentimientos.
Abajo, más allá de la cerca que delimitaba el jardín, había
varios hombres trabajando. Tenían la urgencia inmediata de trabajar de modo
tenaz como único motivo y finalidad en la vida. No concebían otra cosa distinta
a trabajar bien fuerte. Para ellos, la vida ya se había definido como debería
ser: una constante búsqueda existencial inconsciente, sin otro fin. Sabían ya
cuál debía ser su oficio por quién sabe cuántos años y sin esperanza de
progreso, ya que eran únicamente peones de los propietarios, éstos sí con todo
el derecho a progresar de manera admirable.
Aquí el ambiente no parecía tan tranquilo y sosegado como parecía desde
allá arriba. Aunque el aire conservaba su pureza y diafanidad y la vegetación
parecía sonreír cuando sobre ella se reflejaban los rayos del sol, por estar
húmedas todavía por el rocío las hojas de la hierba y de las plantas, sin
embargo había algo que armonizaba con la penosa existencia de aquellos
laboriosos jornaleros. Lo más probable era que no percibían aquel encanto que
traía un nuevo día y que hacía que todo pareciera distinto y con una nueva
luminosidad. Estaban acostumbrados ya en largos años de dura labor a no
percibir la belleza de las cosas, ya que no les producía ningún interés ni
representaba ningún valor para ellos.
DESPERTAR
Ese día despertaron todos muy temprano en el momento de
tocar la campana. Pronto todo adquirió una
alegre animación. El amanecer de un nuevo día siempre pone en el más
hosco una nota de candorosa alegría. Se despierta uno con la mente despejada y
clara, lista para trabajar. Se admira uno ante el paisaje lleno de ensueño y de
candor como es el que se divisa en una mañana de verano.
Yo también desperté relajado y descansado. Sabía que
estábamos en una tranquila casa de campo, así que por lo pronto no habría
ninguna agitación como solía ocurrir en la ciudad cuando nos apresurábamos para
llegar a tiempo a la primera clase de la mañana. Me asomé a la ventana. Recordé
vagamente todo lo que había hecho el día anterior: lo mismo que todos los días,
sin ninguna trascendencia. Elaboré ligeramente un plan de lo que tenía que
hacer. Desde la ventana se veía una gran vegetación: altos guaduales, palmeras
meciéndose ligeramente, pomos en plena florescencia… Todo me hacía recordar
experiencias pasadas. Más allá de los guaduales veíase la ladera muy
pronunciada de una montaña. Aquí y allá unos cuantos arbustos y unas piedras
negras muy grandes completaban el paisaje. Todo tenía un aire de fertilidad y
de optimismo.
En la casa pronto se escucharon los cantos del uno, ya los
gritos del otro, mientras Emilia se afanaba en prepararnos el desayuno. Cuando
ya estuvimos listos rezamos unos instantes y después tomamos la primera comida
del día. Eramos seis por todos. Teníamos muchos deseos de conocer toda la finca
y de observar las labores matutinas que en breve se iniciarían. La finca
producía básicamente leche y panela. A primera hora se solían ordeñar las
vacas. Todas estaban en el corral. Se respiraba en todo, un gran ambiente
pastoril y olor a musgo mojado. Una gran animación nos contagió.
A la derecha de la casa estaban los corrales que solo se
utilizaban por la mañana al ordeñar y ocasionalmente cuando se iba a sacar el
ganado para su transporte. Había abundancia de árboles frutales alrededor de la
casa. A lo lejos también se veían más árboles y una floreciente vegetación.
Había más allá otras casas alrededor. La carretera pasaba abajo, monótona y
triste…
DE LA
INFANCIA
Soplo, pito y grito. Pero tu voz trina por doquier.
Doblaste por aquella esquina de arbustos y tu ausencia se me convirtió en
maleza que me dibujaba tu semblante.
Esperaba verte en la otra orilla del camino, pero cuando creía ver tu
camisa de seda verde aparecer tras el matorral, entonces fue cuando te ví
corriendo detrás de Esteban. Miré bien pero te veía a lo lejos. Palpaba tu
lejanía que se cubría de risas y de palabras y de gritos. Parecías como en
aquella carrera loca que casi no acababa y nos derrumbó sobre nosotros y nos
tiró sobre su hierba y nos embebió en su atardecer.
Pero seguiste. Qué buscabas al correr tras nuestro
horizonte? Nunca lo sabré pero parecías tocar tu infinito, tu afán convertido
en néctar de ese del que nos hablaban en aquellos cuentos de hadas, recuerdas?
Corriste. Caminaste. Te detuviste. Eras para mí silueta evanescente cortada en
el azul tierno del lento irse de la tarde. Eras mi punto de entrada en tí. Eras
mi contacto con ese nacarado tinte de lucidez. Parecías guirnalda de diciembre
colgada del marco de mi puerta. Te decidiste a volver a mirar el resto de tarde
que habías dejado ociosa en ese instante tan penosamente lento como mi espera
por tí. Qué viste? Todo como cubierto de algas enhebradas en tus ampliaciones
de realidad. Déjame verte como entonces te miré. Se me hinchó el aliento como
se llenó de aire aquel globo de colores que, loca de alegría, lanzaste hacia tu
cielo prestado de hojas y de ramas. Todo alrededor de tí era rojo, colorado.
Pero un marco como de oscura niebla te ocultaba a las miradas de los otros. Veía tu cuerpo
estremecerse al saltar por el horizonte entrecortando tu presencia que me
obnubilaba. Eras mi negro afán lleno de resplandor porque ardías a tu alrededor
con alas de mil mariposas que danzaban la cuenta de los rayos oblicuos,
crepusculares y tenues de aquel amigo sol que nos amamantó de nostalgia.
Pero, aunque ha oscurecido una cuarta parte de lo que un
instante antes estaba todo, aún veo tu mirada. Tus pasos de vuelta se aproximan
como se acerca la tarde, derrochadora de luz caliginosa y tibia y arborescente,
a la noche que la espera para estrecharla y convertirla en oscura y calmada
alucinación donde las luciérnagas celestean meciéndose en su vaivén etéreo y
trashumante de efímeras torrecillas de viento y gris.
Corrí, caí y quedé convertido en espera anhelante de mi
afán huidizo pero firme en su embelesado oir, ver y palpar. No era yo quien te
esperaba. Era todo lo que no era que se iba tras tu búsqueda de próximas
candelas, truncas de melifluas voces, de ajenos despertares, en desiertos
nichos de otras iglesias con cortos, ondulantes y leves cobertores de nitidez,
negrura y noche. Era mi yo que se había adherido a tu pestañear torvo por las
voces anhelosas de tu rimar aquejado de sentimentales trinos, suscitados por
fantásticos embates de los truenos de los que nos gritaban y miraban desde
abajo. Ya no gritaban sino que oían que nuestro silencio los acogía como a los
que nos despertaron de mirar soñando. Me desperté presagiando tu contacto
evanescente como siempre ha sido el mediodía de nuestro estrechar los deseos,
dejados sueltos para una continua huida de turbado cuidado.
Ya aparecías más nítida en tu pálido y virginal vestido de
verde avinagrado, a través de mis luchas de tenues ilusiones que se espantaron
al contemplarte llena del crepúsculo que te cedió, más que a mí, sus
arrobadores arreboles de pesado aire melifluo que se colaba ya por nuestra
ventana.
Quitaste más de un cerrojo en mi huida suspicaz por el
atosigamiento de mi imaginación metida en tí y alejada de su nocturno y sesudo
vuelo de musical azar de coplas azuladas. Te abriste con tu nueva canción a la
armonía de lo que anhelaba por tu contemplación pero aún no vertida en la
redondez rotunda de la palabra que me arrojó emocionado por un suspiro más
ensoñador que meticuloso, por la atmósfera siempre tenue de su evanescente
ritmo, de no más llorar para reír ahora, porque ya estamos en este despertar
que nos empaña y nos inunda con un desabrido colector de ruidos fantasmagóricos
de tiernas aves, coloreadas de mil adioses que no volverán a revolotear encima
de un tejado de quietas nubes y negras sombras, de árboles que suben al cielo
escalonados en varias copas y escarpadas ramas.
Desvarío en mi oscuro laberinto de solo yo-con-mis-trucos
de ensanchamiento visual de lo que me oculta aún tu presencia que más que
acariciadora es renovadora de mi alegría, de no poder más, yo solo, orientar
ese despertar vacío de día y lleno aún de mi noche trasnochadora que oscurece
hasta lo que toca de no poder sino despedirse por boca de un no sé qué, que
siempre festeja hasta los minutos más
serenos de una hora acabada en libar las flores que nos ofrecieron como abejas
que aún quedaron en las sombras, pero más que dicha son oscuridades o alondras
nocturnales que cantaban la canción que iluminaba la voz de aquel cantor frente
al farol, la vez aquella que permanecimos más de la cuenta correteando por las
esquinas de un pueblo que nos llena ahora de recuerdos, que más que pesares nos
trae dicha, porque, aunque ya no fue más, ni será constitutivo de ningún solaz
y tal vez solar para otros pisos, sin embargo es para nosotros todo el
resplandor de lo que aún siendo el amanecer, brilló con una luz tan especial,
que todos creyeron que hasta ahí había llegado,
pero vimos que era una falsa alarma porque al instante se escondió para
los otros que no habían llegado con sus pisadas de olvido y cubiertos con sus
nostalgias como lagrimones de lámparas de templo antiguo.
Blanca arena de mis sueños de niño que se confunde con la
nieve callada del nevado, aquietado por el frío de nuestra emoción que solo
respira cuando mira la espesura de los que solo fueron codicia interior de sus
secretos fúnebres de cavidades tiernas.
Contemplé en mi interior tornasolado de cuidadas
desesperanzas, el azulado espejo en que se perfilaban mis ilusiones de realidad
perdida en una noche de puntos luminosos pero penetrantes de ocaso. La
atmósfera se perdió de nuestra contemplación lánguida. Quedaba la frialdad
vertida en viento y volteaba nuestros suspiros y conversaciones y vestidos. Se
nos entraba por aquella puerta que no abría sino al contacto de una mano
interior que nos tendía la silente dilatación del espanto. Pisábamos un terreno
hundido por nuestros pasos desorientados. Nos retorcíamos oyendo los silbidos
de nuestras evocaciones quietas, mecidas por un pertinaz ventarrón que movía
los ahora adoloridos horizontes como cuando la corriente turbia envuelve en sus
serpenteos de collares la desesperada rama que se ve obligada a moverse por
entre piedras inaccesibles, a encaminarse por senderos nada vegetales, a correr
tras la atrevida hoja que quiso más bien mecerse en el agua-aire que en el
viento-aire de su árbol patrón de sus cuidados, a voltearse por entre espumas
que la llenaban de blanquecinas gotas de aperlado toque de fascinación muda.
Casi vagábamos con nuestras mugientes meditaciones y con
nuestras mantas protectoras del ambiente penetrante de congelación transportada
por nuestras manos que ardían de solo tocar los marcos de nuestras ventanas que
daban a un afuera confundido con todo lo que inspiraba un profundo recogimiento
de lo que solo merecía exasperación de bagatelas perdidas por las amanecidas
gotas que ya eran hielo de soporífero contacto.
REVIVIR
A veces he vuelto a revivir en la imaginación trasnochada
lo que había sido objeto de mi vida diaria. Vuelvo a ver como anclados en un
pasado irreversible los que eran mis mismos sentimientos y preocupaciones a
medida que iba entrando en contacto con realidades cada vez más disímiles.
Trato de encontrar un orden en medio de todo ese mar borrado de recuerdos ya
casi irreconocibles que se sitúan como guardianes mudos de una casa de campo
perteneciente a algún señor adinerado de los que mi abuelo solía mencionar en
nuestra comida vespertina. Esos
recuerdos que yo trataba de recuperar a toda costa de un pasado que ya
parecíame tan remoto como las aventuras que me contaron un día en la escuela
que emprendía un Solimán el magnífico o un Amadís, me jugaban una increíble
parodia de un juego que consistía en reconocer al autor de una mala pasada y que siempre jugaba con Amparo y Lucy
después de comer. Me miro al espejo y no encuentro nada en ese rostro que me
mira inquisidor. Trato de encontrar lo que mis compañeritos, como llamaba yo en mi casa a mis condiscípulos, me
dicen que tengo. Ellos me señalaban como el que soñaba con la luna y que por lo
tanto me estaba pareciendo mucho a ella. Me preocupaba esa idea de que me
pudiera parecer a uno de esos adoradores de la luna que había oído relatar en
una historia contada, creo que en una clase, al principio del curso. Me imagino en este momento a dichos antiguos personajes, con una sola
preocupación: ser admitidos por unos instantes en presencia de la que
representa en la tierra a la diosa luna. Todos sus afanes diarios dirigidos
hacia un solo cumplimiento siempre dilatado: agradar a la que personificaba
todo su mayor encanto. Esos adoradores de civilizaciones perdidas de la misma
luna que todos los meses contemplaba fascinado, me parecían como demasiado
importantes en esas culturas sumidas ahora en mis ensueños como catedrales
adornadas para una gran celebración. Me parecía raro que yo pudiera tener un
parecido con los que así se dedicaban a su oficio religioso. Pensaba en la
palabra lunático. Cuando la oí
pronunciar, creo que también en una clase, me conmovió inesperadamente. Sentí
como si ya la hubiera oído antes en alguna parte. Su misma pronunciación -no
recuerdo si por empezar por las
mismas cuatro letras que solas conformaban la palabra luna- siguió interesándome y fue lo que en ese día perturbó más mi
imaginación. A veces había pensado a raíz de ésto y de otros casos similares,
en qué podría consistir esa fuerza evocadora que tienen las mismas palabras y que se asocia con las situaciones en que
esas mismas palabras fueron oídas o pronunciadas.
EVOCACION
Ese día caminamos como siempre lo habíamos hecho. Mas había
cierto encanto en el aire que respirábamos y el silencio ya se había dejado
reposar sobre las ruidosas calles de unas horas antes. Ese momento se destacó
en mi rememoración. Lo pienso pero no
puede explicármelo. No se por qué razón hay unos instantes en que parece que se
concentra todo lo que anhelamos, codiciamos o esperamos. Esos instantes nos llaman desde donde
quedaron anclados para ser ya tan solo recordados pero ya no vividos. Momentos
calurosos en que nos entregamos en todo lo que somos, momentos en los que
presentimos cierta realidad solo prevista en esos momentos crueles en que nos
abandonan tan tenuemente para solo quedar nosotros solos sin ellos. Solo
nosotros. Pero si es que somos nada más que éso: nosotros. Lo demás es nuestra imaginación.
Entonces, todo es ensoñación; aquello
que nos hace sentir un solo ser con el universo es sólo cuestión de sentimiento? Pero, imaginamos con palabras: son ellas las
que nos conducen a través de nuestros sueños. Cuando podemos señalizar con una
palabra los objetos percibidos más o menos vagamente en nuestras divagaciones;
en otras palabras, cuando los reconocemos según los modelos o marcas de nuestra
cultura, entonces nos tranquilizamos, porque ya el objeto desconocido ha sido
identificado con un nombre que nos lo hace familiar, formando parte de nuestro
archivo de recuerdos.
Vuelvo entonces a gustar el recuerdo de estos instantes que
se distancian en mi imaginación. De vez
en cuando nos mirábamos como para cerciorarnos a nosotros mismos de la realidad
de nuestro confidente. Mas hacíamos ésto no con mucha complacencia por parte
nuestra, como puedo recordar, porque éramos algo extraños el uno para el otro,
aunque ya antes habíamos conversado muchas veces. Sin embargo, esta situación,
un tanto embarazosa de los dos, es lo que me hace recordar esa ocasión que duró
nuestro caminar debajo de los quietos árboles que adornaban con un hálito como
de pesadumbre la calle por donde pasábamos. Tal vez porque ello significó
deterioro con la tensión nerviosa que implicaba como cuando tenemos un
encuentro inesperado con una persona extraña.
Pero sigo rememorando. Es esta mi actividad en este
instante. Actividad de pánico cuando
se me juntan todos y quieren salir a borbotones los pequeños diablillos porque
así parecen ser mis recuerdos tan poco apetecidos por los que en vez de
saborear las novelas prefieren mil veces más hundirse en la realidad envolvente,
cálida y enceguecedora. Actividad recóndita como de un solitario cazador que
prepara sus ardides para no ir a perder la presa que llena todos sus afanes aún
sin asirla. Actividad agobiadora tal como la represento ahora en que de
rememorador he pasado a vivir mis propios sentimientos que se entremezclan con
los que han desfilado mostrando todos sus dientes de acero, tibios y morenos,
de tanto retorcer las margaritas, las que fueron tan sólo sus flores perdidas.
RUTA
Leí solo los avisos grandes que me impresionaban. Pero más
pensaba que miraba. Aún seguía preguntándome por las mismas inquietudes que me
obsesionaban antes. Seguí lentamente hasta que desaparecí por una puerta que
daba la misma luz que nos cobijaba con su acariciante púrpura. Me sentí aislado
por mis espasmos. Me sentí impedido por lo que no soy pero quiere apoderarse de
manera definitiva de los demonios de mi vida diurna. Cuán taciturna se quedaba
mi figura cuando recorría solo la alargada y fría calle de las perennes y
continuas caminatas. Aún me siento
perdido por entre aquellas hendiduras que aún no acabo de camuflar. Pervivo a
través de mis ilusiones que más que vibraciones son inquietudes de mis
pensamientos móviles. Recorro allí mismo mis caminos. Mi camino que había visto
unos instantes antes. Pero, cómo se opone a mi recuerdo¡ Es ahora sólo ésto¡
LA
CASA
Nuestra casa formaba parte de una urbanización hecha para
empleados oficiales. Me parece ver cómo nuestro padre antes de que nos
trasladáramos a vivir a aquel barrio, había ido, llevándome consigo a ver
varias veces el sector donde posiblemente iríamos a vivir más adelante. Teníamos que remontar una calle abierta hacía poco y apenas cubierta de cascajo.
Subimos unos diez minutos. Desde una especie de terraplén se divisaba todo el proyecto de la
construcción. Veo ahora como entre
sueños, la alegría con que mi padre veía todo aquel contorno. Se imaginaba ya
en medio de aquellas casas, aunque no tenían todavía la forma de tales. Estaba
la suya como esperándolo, para ser el nido donde se protegería de todo lo que
lo amenazaba y lo perturbaba. Y en su rostro se dibujaba una silenciosa
satisfacción porque ya había llenado todos los requisitos que se exigían a los
que serían beneficiados de aquel programa de vivienda.
Cuando de allí descendimos rumbo a la que sería nuestra
casa, sentimos un penetrante olor a brea que lo llenaba todo. Era la que
empleaban para proteger las planchas recién echadas contra la humedad y el
agua. Había muchas canecas de la tal
brea encima de unos fogones levantados toscamente sobre varias piedras.
HACE AÑOS
Cuando llegué experimenté una sensación de evidente
cansancio. Recordé brevemente lo que había estado haciendo durante aquella
tarde que ya formaba parte de mi remota infancia. Un poco antes había estado
subiendo y bajando por el cerro que quedaba junto a mi casa. Cuál sería mi
susto cuando encontré la puerta cerrada como se acostumbraba hacerlo cuando
pasaban las seis de la tarde. A pesar de
que siempre trataba de llegar lo antes posible con el fin de no tener que
quedarme tocando para que me abrieran, esta vez me había olvidado por completo
de ésto, embebido como estaba en el juego del escondite en el que llegué a
verme como si en realidad estuviera perdido entre todo lo que me rodeaba.
Permanecí sereno algunos minutos aunque no me abrieron la puerta. Empecé a
pensar que cuando cerraban la puerta de la calle, aunque no hubieran entrado
todos, tenía que esperar cualquiera que fuese el que estuviera afuera, hasta
que llegara nuestro padre. Pero ésto ocurría cuando ya todos habían comido y
estaban jugando en la parte posterior de la casa en la que había un patio lleno
de encantos para un niño como yo que solo pensaba jugar y estar haciendo
travesuras.
En los momentos iniciales de la espera ante la gran puerta
verde y que tenía una inmensa chapa negra, vinieron a mi memoria varias
vivencias. Pasaron rápidamente por mi imaginación inquieta y nerviosa, y se iba
tornando cada vez más angustiante, la imagen que me formaba de la enorme llave
negra de hierro que mi madre empleaba para cerrar la imponente barrera que se
interponía entre mis afiebrados deseos infantiles y el cálido interior donde
veía la única protección a mis desvelos.
Me senté y sostuve la cabeza entre las manos mientras veía en mi
interior lo que había estado haciendo en la tarde soleada que había disfrutado
tan intensamente. Veía como una liberación a mis cadenas. Así veo desde hoy el
trato que mi madre me daba, sin comprender mi tremenda sensibilidad que se iba
labrando en forma dolorosa ante cada trato cruel que mi madre ejercía cobre
mí. Este recuerdo era el que más me
atosigaba porque todo se convertía en una amenaza más, cuando comenzaba a
sentir cómo el frío viento vespertino empezaba como a taladrar mi cuerpo. Toda
la rabia e impotencia que sentía se confundía con la oscuridad del entorno que
cada vez se tornaba más densa y se me parecía a la violencia que mi madre
ejercía en todo lo que hacía con respecto a mí como exhibiendo algún odio
atávico e inconfesable y que en lo que estaba sintiendo, sin poder entrar a la
casa, experimentaba en toda su dimensión. Me sentía separado de manera
inexplicable y aterradora de todo lo que era mi única alegría y defensa ante lo
nefasto de mi vida: la casa donde podía jugar alegre y de modo interminable,
como una forma de escape a todo aquello. A pesar de la presencia de ella adentro, me sentía en cierta forma
seguro, a pesar de que estaba de manera continua expuesta a sus gritos y
tratamiento cruel. Yo vivía con temor su presencia en medio de la casa. Su voz
fuerte y gritona cuando entraba a la casa me taladraba y destruía todo el
ambiente de calma que había antes de que ella llegara. Era como una experiencia
de contacto con el misterio tenebroso de lo desconocido. Sin embargo, a pesar
de estar en esta permanente situación de angustia, como era y actuaba como
niño, no la veía como una amenaza, ya que primaba la necesidad que como niño
tenía de ella. Era por ésto que sentía de modo tan intenso lo que pudiera
interpretar como una forma de castigo o lo recibiera como una forma de
desprecio o de rechazo. En este sentido era tan sutil mi relación con mi madre
en esta edad en que se combinaban los
más crueles recuerdos con el trato más dulce que se pudiera imaginar. Todo lo
que ella consideraba como necesario desde el punto de vista de lo educativo,
era para mí cadenas por medio de las
cuales ella me ataba a lo que no quería ser yo y sí a lo que quería ella que yo
fuese. De esta forma vivía yo mis relaciones con la que fue la autora de mis
días y el fundamento de mi vida.
SUEÑOS
Poco a poco el sueño va lamiendo lo que queda aún de
realidad en este espacio amplio donde naufragan todos nuestros impulsos. El
sueño nos inunda con su rostro solitario que parece un continuado buscador de
ilusiones. Nos sumimos en el ambiente siempre cambiante de la realidad vertida
en miles de instantes todos alargados, por lo que nos dan la sensación de una
misma continuidad. Pero así somos: viviendo tan solo de nosotros mismos en los
momentos en que solo se mantiene la memoria porque ya la razón ha cedido sus
encantos al primer personaje de nuestra historia onírica.
Es la calma la que nos inquieta después de un día de hacer
lo mismo ante los mismos. No nos confundimos ya por nosotros sino por la
confiada realidad que adquiere un nuevo aspecto al presentarse bajo los velos
de una supuesta verdad, pero tan nítida
y aprisionadora que no podemos zafarnos
de ella aunque ya se haya perdido cuando de nuevo volvamos a la cambiante
escena de los siempre ahora. Nos
captamos pero como en retraso porque nos revivimos solo por los espacios
camuflados por los espejos en que todo es lo mismo como en los cuadros siempre
iguales que se copiaban mutuamente los detalles de unos minutos coleccionables
como un sartal de olvidos.
No se podría decir de manera exacta a quién se debía esa
reduplicación o quién copiaba a quién, porque los dos reflejos aparecían
reproducidos al infinito cuando uno se fijaba bien en los detalles. Parecía más
bien como si de pronto en un momento innominado se hubiera decidido desde
dentro el proceso de la semejanza. En
qué radicaba la clave para que se hubiera dado la reduplicación? Qué hacía funcionar la equivalencia? Qué aparecía
en el espacio creado por el carácter de lo mismo que adquiría la correspondencia
llevada por mil entrecruzamientos hasta la desesperación? Tal vez en algún
momento, aunque fugaz, se habrá pensado no con la lógica de la fría razón, sino
con el azar de la casualidad?
Inquietudes semejantes atosigan continuamente al sujeto
cuando intenta pararse frente a los acontecimientos y emite sólo las
elucubraciones tenidas como en una noche de insomnio. Son los mismos problemas
que aparecen o se presentan al que desde siempre se ha sumido o se encuentra
sumergido dentro de las relaciones visibles de la realidad compleja. Y siempre
estamos a un lado de lo que acontece porque no podemos, simultáneamente,
mirarnos y mirar para adelante. No podemos ver al mismo tiempo los dos frentes de
lo que se descubre, los polos de la reduplicación. Estamos aparentemente en un
mundo aislado de otros contornos semejantes. Actuamos como en un borde
unilateral del medio donde siempre se halla el acontecimiento. Si pensamos ya
estamos reflejándonos como tales en un lado exclusivamente del juego. El resto
de este se sigue dando con nuestro yo reflejado, con nuestro reflejo. Qué es lo
que le permite funcionar como tal: es lo que se problematiza y trata de surgir de modo no claro en nuestros
sueños, donde nos vemos a veces vapuleados, obligados a ascender pensamientos
por un sendero estrecho pegado a una inmensa montaña, como un diminuto hilo
amarrado a una gran pelota de plástico, de tal modo, que a pesar de que nos
moviésemos con el mayor cuidado posible sólo conseguiríamos avanzar unos
cuantos tramos, sintiéndonos continuamente perseguidos por un extraño ser que
no sabríamos quién fuera, pero que tendríamos cierta seguridad que lo sabríamos
en alguna oportunidad, porque eso es lo que impulsaría y alentaría nuestro
intento e incrementaría el temor oculto, hecho manifiesto de manera latente en
los mil cuidados que pondríamos para no ir a enojar al que nos persiguiera y no
aumentar así la amenaza que tendríamos sobre nuestras cabezas.
INVITACION
Mientras afuera una fría mañana se vislumbraba por doquier
y todo parecía ser solo una experiencia similar a la que debe sentirse en un
camino sin sentido y largo como el viento, adentro todo parecía indicar que
tendríamos una reunión de conversaciones tiernas y de lentas divagaciones. Subí
rápidamente y comprobé lo que efectivamente había intuido y previsto mientras
venía para la casa, mientras imaginaba cómo se entrecruzaban las ficciones
aturdidas de los mismos recuerdos de otros momentos tras otros fuegos en otros
días de sol y de pena.
Despertaron como de un sueño otoñal, recordando las
campanadas que habían oído como signos premonitorios del desenlace fatal que ya
llegaba como las primeras lluvias. Se dieron cuenta que había amanecido hacía
ya mucho rato y que ellos habían seguido en el sueño desesperado de ocultar sus
verdaderas intenciones.
JUEGO
En el salón grande y alargado en que estaban, en el que
apenas penetraba la luz por una pequeña abertura situada en lo más alto y
remoto del techo, estaban dedicados como a un encarnizado y sofisticado juego
donde había que tomar una especie de pelota y lanzarla violentamente contra el
que en ese momento se encontrara al frente del que la tuviera en sus manos.
El espacio amplio como una cancha se iluminó varias veces y
se pudo observar en él que los que estaban jugando parecían muñecos o títeres
movidos por resortes ocultos. La pelota se movía en forma persistente y
violenta desde un extremo al otro como movida mecánicamente y respondía como a
una secreta intención no de los que estaban jugando como muñecos sino de los
que estaban como dirigiendo el juego desde fuera…
A un lado de la cancha había varios carros estacionados en
una espera controlada. No había nada especial en ellos. Era la misma
fila de vehículos que se podía ver en cualquier parqueadero. El juego se
interrumpió cuando varios jugadores descubrieron en uno de los autos que
llevaba allí muchos años de absurdo olvido, la figura de un hombre junto al
volante. Estaba mirando fijamente hacia adelante y parecía un muñeco de cera porque no se
movía. Lo más asombroso fue que de pronto ante la mirada de los jugadores se
fue levantando como volviendo otra vez
de un sueño de olores increíbles. Salió rápidamente abriendo una de las puertas
como efectuando un movimiento secular aprendido de manera autómata. Pasó por
entre los otros autos en medio de los
demás jugadores y aunque uno de ellos lo llamó cuando pareció identificarlo, no
se fijó en nadie como si no se hubiera percatado de su presencia.
Se dirigió en forma rápida a unas escaleras que conducían a
otro piso superior en el que había varios apartamentos. Subió y fue a uno en
particular. Allí salió a recibirlo una mujer rubia muy delgada y que conservaba
aún las huellas de la belleza de otros tiempos. Ella lo invitó a entrar y
dentro él prorrumpió en un llanto prolongado que ella trataba de comprender y
de calmar. Intercambiaron varias palabras. Le decía que él había vuelto
recordando todo lo que le había ayudado cuando él había acabado de llegar a
aquella ciudad hacía muchos años. Pero ella se hallaba ahora en otros problemas
más graves e interesada en otras cosas, así que ella tuvo que hacer un gran
esfuerzo para soportar todo aquello. Que él no estaba en los momentos en que
más lo había necesitado por lo que no tenía ningún sentido que él volviera
ahora a suplicar un poco de compasión porque ya no había lugar en ella para
éso.
Ella sacó una polvera enorme que él le había regalado en el
primer cumpleaños que celebraron juntos y, recordándole todo lo que había sido
en relación a otros años, le dijo que aceptara la devolución de aquel obsequio
porque ahora no le traía sino recuerdos tristes de una cruel desilusión como
había sido toda su amistad antes. El no esperaba aquella respuesta y actitud
por parte de ella, así que logró calmarse y secándose las lágrimas con el
pañuelo contempló durante un largo rato en silencio los grabados en pana
amarilla que tenía aquella polvera. Se abrazaron como en un desenlace de
película y él salió rápidamente dejándola allí, con su polvera sin decirle ni
una palabra más.
Cuando se encontró en el pasillo vió que había allí varias
señoras que llevaban unos coches de niño hacia el otro extremo donde había una
especie de escenario arreglado como para la representación de una obra de
teatro. El pareció reconocer a la
primera mujer que encontró porque se dirigió a ella en forma familiar y
amistosa. Esta mujer era nada menos que la misma que había acabado de visitar
un instante antes en el apartamento donde había estado. Vió en el niño que ella
llevaba y que en ese momento estaba llorando, el fruto de su relación con ella.
El se preguntaba por qué no lo había visto antes en el apartamento, pero
recordó con cuidado, y en efecto cayó en la cuenta, que ella tenía, cuando la
había dejado, los signos notorios de un embarazo muy adelantado. Se preguntó
por qué no le había hecho en el primer momento alusión a dicha situación.
TAREA
Tenía que llegar antes de las 2 p. m. pero estaba muy
tranquilo como si más bien estuviera esperando que llegara alguno de los
empleados para preguntarle todo lo que iba a ocurrir afuera durante aquel día,
porque había mucho movimiento de gente viniendo y yendo de aquí para allá y de
allá para acá. Aún intenté levantarme de
la breve siesta a que fuí sometido por las circunstancias internas que no
permitían dormir más allá de lo acostumbrado en un día común y corriente. Por
eso decidí no ir a la clase que para mi sería como la misma de todos los días.
Elegí más bien divagar por medio de la imaginación por aquellos lugares que con
mis compañeros recorría casi a diario. Para hacer ésto cerré los ojos con
fuerza como si temiera perder los detalles de aquella aventura evocativa.
Estaba en la cama como prisionero del cobertor y de mis elucubraciones. No
tenía más libertad que la que podía tener entre mis recuerdos y evocaciones y
las experiencias que me inspiraban y me permitían instalarme en esos lugares
concretos asumiendo posiciones rutinarias entre unos objetos que cumplían su
finalidad específica para la que fueron hechos. Tendría así que pasar por
múltiples relaciones distintas y complejas
que tendrían las cosas con las que de manera necesaria entraría yo en
contacto y además, y sobe todo, con las personas que encontraría al tener éstas
diversas relaciones, ya que las cosas, por ser precisamente lo que son: cosas, son tales por haber tenido en cada caso concreto unas
relaciones muy concretas con los hombres que las fabricaron, las extrajeron de
la tierra y las pusieron en condiciones de ser utilizadas como cosas útiles.
Así subí a mi interior a intentar enfrentar mi soledad que
todos los días me llama a la misma hora en que vienen las lechuzas a realizar
sus encuentros nocturnos. De pronto sentí que todos estábamos allí como a la
espera de lo que no teníamos ninguna seguridad si ocurriría o no. Pero
seguíamos mirando de frente tal vez para encontrar en nuestro vacío interior
alguna razón para nuestro aburrimiento. Cómo nos pasó todo ésto? Pensamos ahora
que estábamos lejos de buscar una mal llamada comunicación con los habitantes
de aquellas inmediaciones. No quise ni presentar mis excusas ni buscar un
motivo de mi soledad que inhibía todo el ambiente. Es como si mi yo interior se
hubiera confabulado contra mi objetivo de lucha.
Allí, al otro lado se amontonaron mis recuerdos pendientes
de ese árbol seco que se erguía orgulloso mostrando su reciedumbre mas no su
vegetalidad. Era motivo de confusión para mis temores. Había venido caminando y
a ambos lados de la amplia calle había unas casonas de un velado color otoñal.
No entendía mis intenciones. Me sentía
apenas caminando pero huía a cada paso de lo que me constituía para poder
adquirir la nueva forma del instante presente que me limitaba y a la vez me
lanzaba a la acción frenética hacia lo inaccesible.
Sí, me asusto de lo que somos y de lo que fuimos. Me quedo
pensando en lo que seremos, perdidos entre nosotros mismos, volviéndonos nube
libre sobre el aire, sobre el horizonte, lidiado con oscuridades vueltas voces.
Encontrados con diminutos y somnolientos espejismos que nos anuncian sus
quejidos. Volvemos a vernos: perdidos aún en la intemperie entre una escarcha
triste. Ausculto mi nostalgia convertida en alondra.
Venimos pegados a las cuerdas amarradas de nuestro alboroto
colectivo por lo cotidiano. Me pregunto cuál es la ilusión que nos anima. Como
el agua que sació mi curiosidad de frescura, se convirtió mi mirada desde la
dispersión de mi emoción
EXTERIOR
Imaginé durante el frío de la noche hermosas niñas subiendo
lentamente por las gradas de un templo muy blanco. Veía todo como en
lontananza. A lo lejos se perdían algunas sirenas y se escuchaban aún varios
automotores que pasaban. Traté de cubrirme lo mejor que pude pero aquel
terrible frío penetraba por todas partes. Sin embargo, al cabo de un momento
quedé de nuevo sumergido en mis divagaciones. Entonces, mirando las resecas
ramas del árbol que tenía a mi lado, recordé lo que había hecho durante el día.
Desde temprano había tratado de conseguir algo con que calmar un hambre desesperante
y un desaliento que no me dejaban caminar. Con el frío de la noche anterior aún
recorriéndome todo el cuerpo, había empezado a deambular por la avenida central
pensando qué posibilidad tendría de conseguir lo que me angustiaba.
EL TIEMPO REVIVIDO
Ahora trato de poner en el papel el cúmulo de los recuerdos
que en esta noche llenan mi memoria y le dan vuelo a mi recóndita imaginación.
Trato de ordenar lo que se presenta como la realidad confusa y vaga, ya ida de
una vez por todas. La realidad en la que
una vez estuve sumido como navegando por entre confines sin contorno definido.
Aquella realidad que iba construyendo precisamente en los mismos momentos en
que la iba viviendo como peregrino que se extasía ante lo que contempla en un
país exótico. Todos esos momentos venían de improviso a mí cuando más ocupado
estaba en los asuntos que colmaban mi atención en el presente actual o en que
se desenvolvía mi situación de hombre de ciudad. Cuando caminaba, por ejemplo,
viendo los jardines que siempre me han llamado la atención, veía, como en un
horizonte perdido en los años pasados, las emociones, tristezas y experiencias
que fueron el conjunto de mis pretéritas relaciones con la realidad. Incluso
sentía en esas ocasiones cómo vibraba por las más pequeñas manifestaciones de
cariño por parte de un ser querido. Cómo sentía, hasta los huesos, las
desilusiones sentidas cuando no podía esperar los mismos sentimientos que creía me iba a expresar la persona en
quien yo tanto había confiado que así lo haría. Todo esto, repito, se agolpaba
en mi interior de manera simple como impresiones de un viaje por una tierra que
yacía perdida y que sólo podría encontrarse o recuperarse por medio de la
imaginación concentrada y sólo mantenida o hecha posible por la repetición de sentimientos
similares a los tenidos entonces en esa época, ya patrimonio de la memoria.
Pero me decía a mí mismo que tenía que decidirme de una vez
por todas a recuperar por medio de la palabra escrita aquello que ahora ni
podía hacerme más feliz de lo que fui tal vez en alguna ocasión, ni me podía
volver a situar en una nueva disposición frente a los amigos que aún vivían o
se encontraban lejos, en la memoria y aún en la distancia. Podía ver sin
embargo que los recuerdos tienen una vida propia como elementos de un pasado y
que por lo tanto siempre van a estar acompañándonos, como guardias oficiales de
algún presidente vitalicio. Pero es que tenía que traerlos de esta situación
anónima y sedienta hasta la presencia literaria, reencontrable en cada momento
por medio de la lectura. No solo de la mía sino de la de algún amigo lector que
por medio de lo leído recuperara mentalmente lo que el tiempo se ha ido
tragando de una existencia similar a la suya. Creo que esos recuerdos le
traerían a él mismo, por alguna relación o comparación posible en la región de
las cosas humanas, posibilidades de revivir la emoción que experimentaría
contemplando la obra de algún pintor que hubiera expuesto sus cuadros en algún
museo, donde él, muy joven, pudo apreciarlos con el encanto con el que se
contempla un atardecer rojizo mientras van pasando por la mente las cálidas
palabras que le ha oído a su amante un momento antes, como pasan en línea
ordenada las golondrinas que regresan de su viaje al crepúsculo.
REVIVIR
Me pareció en ese momento que ya
habíamos pasado por allí hacía algún tiempo atrás. Quedé pensativo mientras
caminábamos lentamente por el sendero que nos conducía hacia la torre donde
Stella pretendía contemplar todo el pasaje que se extendía hacia lo lejos.
Trataba de fijarme en todos los detalles que encontrábamos para lograr
rememorar en qué momento o en qué sueño fue que había contemplado aquel mismo
contorno. Algo me decía que solo era mi imaginación que, en una de esas
ocasiones en que se reúnen elementos de los que corrientemente nos llaman la
atención, relaciona diversas situaciones según el estado de ánimo que nos
impulsa a obrar. Tranquilizada mi atención por esta conclusión, seguí poco a
poco contemplando con detalle el lugar que así me impresionaba. Me limité a
escuchar lo que Stella les comentaba a nuestros amigos: “Miren de qué forma va
descendiendo el sol a medida que sus rayos se tornan cada vez más tenues. Y
nosotros aquí tan arriba mientras todos
allá abajo ya van saliendo de sus trabajos. Apresurémonos para llegar a
tiempo”.
Creía recordar en su forma de
hablar la misma dicción y hasta locuciones que empleaba y emplearía mi madre en
un caso similar. Lo que me preocupaba era que en forma continua estaba haciendo
mentalmente comparaciones y relaciones entre las cosas. Para mí todo tenía un
sentido relacionado. Lo comprendí en ese instante. Pero me preocupaba porque en
vez de surgir como una idea brillante, como esas grandes iniciativas que de vez
en cuando se nos ocurren, aparecía como una gran confusión en torno nuestro. La
dificultad surgía allí mismo porque tendría que entrar a ordenar aquel cúmulo
de cosas que había que relacionar.
(Creo que esta es la forma como la
realidad -difícil de codificar, de analizar o interiorizar de alguna manera por
nuestras facultades mentales- se enfrenta contra todo intento de abarcamiento.
Lo real permanece independiente de nuestra mente pese a todo intento de
objetivarlo como polo de nuestra atención).
La primera actividad racional que intentaba para ordenar el caos del
mundo real era precisamente la de relacionar de un modo casi automático los
diferentes aspectos de la realidad. Para ésto me sirvo de la imaginación (imaginando, o viendo en el trasfondo de mi
memoria, las cosas contempladas antes) y de la rememoración de los aspectos
en el mundo real, objeto de visiones u
objetivaciones anteriores: de esta forma he ido formando, desde que he podido
ponerme en contacto con este mundo interior, conformando y recuperando una
realidad que consideraba hasta ahora como perdida en el pasado de manera
irremediable.
EPISODIO MARINO
Me encontré de pronto caminando por una remota playa,
desconocida para mí. Después me vi yendo por otros caminos polvorientos donde
reinaba el silencio. Era como un lugar onírico, con personas pálidas y botes
negros filados en la orilla. Sentí que todo aquel contorno me llamaba y
aturdía. Algo me había impresionado profundamente mientras caminaba solo. Luego
me miré extendido entre el cielo y la arena, siendo ésta lo único tangible para
mí. Sentí una ola que me mojó los pies y el sol que irradiaba su calor. A lo
lejos se veían barcos empequeñecidos por la distancia. Me veía como dentro de
un cuadro crepuscular en el que el sol lanzaba sus últimos destellos y se
volvía más anaranjado mientras más lo miraba.
Pero algo me sacó de este caldeado ensimismamiento en
semejante paisaje marino. Fue un griterio enorme de toda la gente que a esa
ahora se confundía en la playa. Miré despavorido. Era como si la arena se
hubiese vuelto parda en un cuadro impresionista. Recordé a mi amigo Van Gogh. A
lo lejos, grupos de bañistas formaban como manchas de color parduzco, casi
negro, más definidos en cuanto al color que en cuanto a la forma. Me quedé unos
instantes mirando. Nítida era sólo el agua, que en su forma marina limitaba a
la gente que gritaba. Puse mucho cuidado para intentar averiguar el motivo de
la algarabía que ya me preocupaba, porque en lugar de aminorarse, se oía más
fuerte y estridente. “Es la ballena”, fue lo único que alcancé a oir. Miré
entonces hacia donde era natural y permisible que tal animal pudiera aparecer.
Observé, como en un paisaje entre sueños, cómo un enorme barco anaranjado era
volteado como por una ola que lo había rodeado por encima. Lo curioso de todo
aquello fue que dicha mole inmediatamente se acercó a la playa en un movimiento
que la hacía comparable a un tiburón inmenso con enormes dientes grises y en
ese momento pudo verse una colosal cabeza de un ser nunca visto antes. Pero era
como de apariencia canina: era la cabeza de un gran perro exhibiendo una
especie de pena ante todos nosotros que lo mirábamos aterrados. Nos miró
fijamente como cuando yo de niño miraba asustadizo cuando había roto o
estropeado algo. Era pues, como ya lo había comprendido, un monstruo asustado y
nervioso el que había surgido del fondo del mar. El resto de su cuerpo era como
de un pez común y corriente pero saliendo mucho del agua como si estuviera
jugando con otro compañero que no se alcanzaba a ver. A mi lado estaba también
contemplando todo aquello Elsa que aún no salía de su estupor por algo que ella
nunca creyó que pudiera ocurrir: tener la oportunidad de ver una ballena con sus propios ojos. Me
comentó que lo que más le había impresionado era un chorro de agua vaporosa que
el animal echaba por encima del lomo.
PATTY
Voy a contarles ahora lago que se relaciona con mi más
íntima realidad interior aunque vivida en medio de los hechos porque no de otra
suerte se manifiesta mi yo más íntimo sino es a través de los acontecimientos
en que tengo por casualidad la fortuna de tomar parte. Es como el recuerdo de
una realidad sumida ahora en el olvido de donde se ha tomado para retrotraerla
al confín de los sueños. Donde se relacionan nuestros sueños que algunas veces
son cariñosos con nuestros delirios e ilusiones que no son sino el afán de
abarcar más realidad de la que efectivamente abarcamos en nuestros cotidianos
afanes de todos los días, porque por eso mismo son cotidianos.
Ella caminaba a mi lado. Hacía rato que lo hacía mientras
yo estaba con mi imaginación en otra parte, allí donde estaba en ese momento mi
preocupación aunque yo pareciera oírla,
sin embargo no recuerdo absolutamente lo que me habló mientras estuvimos
caminando porque aunque le prestaba atención o al menos así lo creía ella,
porque yo se lo aparentaba así, sólo percibía un sartal de sonidos articulados
expresados en forma intensa por ella. Era increíble cómo hablaba. No paraba de
hablar ni un instante y todo porque
estaba convencida de que “era todo oídos” para ella. Estuvimos caminando así un
buen rato mientras nos aproximábamos al sitio convenido donde nos íbamos a
tomar algunas copas antes de irnos para la casa.
Había conocido a Patty hacía unos cuantos días cuando tuvimos una reunión familiar donde unos
amigos. Allí me fue presentada como una
amiga de una de mis amigas. No le presté mucha atención en ese momento pero
comprendí que algo había pasado de
pronto entre nosotros porque sentí algo muy especial cuando estuvimos bailando.
Fue como si de pronto hubiese comprendido que ella estaba destinada para mí
desde mucho antes y sólo faltase ese momento para confirmárseme como
auténticamente cierto. No recuerdo todo lo que pasó; sólo que todo el rato que
pasamos allí, mi único pensamiento era para ella, aún cuando no estuviéramos
juntos siempre, ya que había llegado allí con otras amigas y por tanto
conversaba también con ellas cuando el baile así se lo permitía. Allí me sentía
como aprisionado por todos los demás y ella era como la luz y la salida hacia
otra manera de ver las cosas. Era la única distinta en medio de aquellas
personas para quienes pasaban las cosas de una manera insignificante y
rutinaria sin hallarle la verdadera sal al cuento. Así estaba cavilando todo el
tiempo hasta que podía entonces volver a tener entre mis brazos a Patty. Por
breves instantes no más, porque ella volvía de nuevo a su puesto donde la veía
como protegida de toda posible usurpación de su situación de extraña para todos
los demás. Pero entre los dos no había tal extrañeza en la relación porque como
lo dije, entre los dos surgió como una fuente distinta, especial, que nos
mantenía unidos, aunque desconocida para ella, hasta cierto punto y para todos
los demás que allí estaban, para quienes solo éramos un par de amigos que se
habían acabado de conocer.
REUNIÓN
No supe por qué nos encontrábamos allí. Sólo recuerdo que
todos hablaban acaloradamente, como tratando de contar todo de una sola vez.
Allí había estudiantes de varias universidades, profesores y empleados de
algunas instituciones educativas que tenían su asiento en la ciudad. Lo que si
recuerdo bien fue que se mantuvieron todos muy tensos sobre todo cuando se
hablaba acerca de los proyectos a realizar en los días siguientes. No logro
recordar claramente cuáles eran éstos, sólo rememoro que tenían que ver con los
problemas que estaba afrontando todo estudiante para poder asistir libremente a
las sesiones de los sindicatos donde se planteaban cuestiones que, según decían
allí mismo, no podían ser conocidos por todos y menos por los estudiantes que
estaban acostumbrados a analizar demasiado todos los problemas por
insignificantes que fueran, porque les sacaban muchas relaciones e
implicaciones a los hechos y ésto no se podía hacer con todo problema. El que
tenían que afrontar los empleados oficiales era con la “máquina” del Estado y
solo interesaba a éstos, ya que era de competencia exclusiva del gobierno y no
de la universidad, ya que sus intereses se veían muy afectados por los que
habían decidido en días pasados un paro de actividades, como si el gobierno pudiera “parar en algún momento de cumplir sus
funciones esenciales” como decían todos los que recriminaban que la situación
hubiera llegado donde estaba. En medio de todos estos asuntos de sí se hacía o
no el consabido y anunciado paro, se oyeron razones de buen criterio, como
opinaron algunos. Lo que si aparecía evidente era que ninguno de los que más
apasionadamente miraban la situación no comprendían ni siquiera en forma remota
la relación verdadera de las cosas, la relación que tenían con el resto de los
acontecimientos que estaban ocurriendo en forma cotidiana en la ciudad. Esta
era una ciudad rescatada hacía décadas de una hecatombe social cuando las
fuerzas del orden no pudieron enfrentar del todo las fuerzas populares que
demandaban una serie de reivindicaciones que venían siendo negadas por una
vetusta costumbre venida incluso de la era colonial por los nuevos encargados en ese entonces del
gobierno. Estos decían que no podían tolerar que otros que no sabían sino
trabajar en las labores del campo o en los puestos burocráticos fueran a poner
en duda lo que ellos sí sabían, y que por lo tanto decretaban, cuando la
situación así lo exigiera, lo que justamente había que hacer.
VOLVIENDO A CASA
En una calle estrecha y polvorienta como casi todas las del
pueblo se escondía la casa. Algo me decía que era distinta. Se ordenaba con
otras similares como gruesas columnas dispuestas a soportar la corriente de los
tiempos. Era una mañana de silencio y de sol levantándose por encima de los
tejados que ya mostraban el ordenado cobertor cobrizo que como una gran trapo
se extendía por encima de la extensión del pueblo. Esta mañana me escondía del
resplandor de todo lo cotidiano. Mientras más me acercaba, caminaba más rápido
movido por la emoción de saber por mis propios ojos lo que en realidad estaba
pasando. Superé aquella barrera que empezaba ya a frenar mi imaginación. Pero
los instantes se agrandaron. Ahora ya estaba a punto de tocar la puerta, pero
en ese momento sentía como si más bien estuviera devolviéndome. Se habían
concentrado en aquel momento todas mis posibilidades temporales y por éso me
parecía que se habían convertido en algo más palpable que lo que eran todos los
días. Me sentí inseguro por tener estas intuiciones, pero entré, superando, en
el umbral, mi inquietud e impaciencia, imponiéndose mi curiosidad. La calma
exterior fue sustituida por un murmullo de voces indefinibles venidas de lo más
profundo de aquella casa como si hubiera entrado más bien en una cueva de
animales encantados. Ví rostros conocidos entre la gente que hostigaba por
todas partes, curioseando cuanto detalle llamativo se veía allí. “Venga, siéntese, que para Ud. también hay
sitio. Por aquí, entre los de la
casa. Cómo está? Por favor, sírvele un tinto”, me dijo una de
las señoras que allí estaba, que en un primer momento no supe que era una de
mis tías segundas que no veía hacía mucho tiempo.
En ese momento me sentía como jefe militar que tiene que
atender varios asuntos a la vez y elegir cuál es el más importante. Pero
siempre que ocurría aquello, trataba de ver bien. Trataba de comportarme como
en el fondo quería, y muchas veces ocurría lo contrario. Tenía que lamentarme
después, muy a mi pesar. En esos momentos me imaginaba como el narrador que
tiene que crear un mundo ficticio organizando él mismo los elementos de un
mundo o de un universo que lo absorbía del todo porque era su vida misma, aunque
ésta fuera la del pasado. El escritor es un creador de mundos. Ordena al crear.
Tiene que escoger entre las infinitas posibilidades que las cosas tienen en su
desarrollo a través de los diversos momentos del tiempo. A veces por eso
lamentaba la diferencia abismal que existe entre la vida vivida por los
personajes reales y aquella otra,
ficticia, que depende por entero del narrador, quien como un titiritero decide
a quién darle vida al narrar determinado episodio de la comedia de la vida
creada por él mismo y quien decide también qué lapso de tiempo darle de
existencia en el sucederse de los hechos.
ENCUENTRO
Eran ya pasadas las tres de la tarde cuando él entró al
salón donde yo estaba. Sin decir nada se acercó a una de las ventanas y allí
permaneció algunos instantes. Seguramente contemplando aquella tarde
resplandeciente que iluminaba todo. De pronto se volvió y pasó a contemplar un
cuadro que estaba allí colgado en la pared. Un momento después se sentó casi al
fondo de aquel inmenso salón, al frente de mí.
Por un momento creía que me iba a decir algo. Pero no, allí
permaneció con una actitud indiferente. Me sentía muy solo. Había como un muro
entre los dos que nos separaba, como una muralla infranqueable. Aquellos
instantes se me volvieron larguísimos. Hubiera deseado acabar con ello de una
vez por todas, pero todo siguió lo mismo. Los dos adoptamos una misma actitud:
por más que luchaba contra mi cobardía no me atrevía a hablarle. La timidez
podía más que el deseo de comunicarme.
Traía una desilusión pegada en todo su cuerpo que me dió
lástima. Pero me quedé callado como contemplando un montón de escombros de
muchas fiestas perdidas en el lodazal de los sueños. Pobre Pedro, tan lleno de
espasmos. Pronto comprendí que era la misma figura que había visto en mis
sueños de la víspera, aunque el aspecto que tenía en éste, era de una gran
monstruo todo pintado de un color rojo muy subido. Advertí las desilusiones
llenas como de rojo frío en oscuridades tremendas de vaguedades inciertas, cuando
el individuo que más parecía un camaleón, que podría cambiar todas las formas
imaginadas por mi conciencia de obnubilado viajero por la región de las
sombras, varió su destino, para dirigirse a un sitio donde solo se percibía
oscuridad.
CORTEJO
Impulsados por la suave brisa de la mañana íbamos todos
tras de aquel cortejo que acompañaba el luto de la muerte. A cada lado se
apretujaban todos los que lo estaban presenciando para poder apreciar mejor.
Algo me decía que el señor de negro que conducía el coche fúnebre imaginaba ir
en pos de otras faenas porque ésta era en extremo ya cotidiana para él y solo
le incitaba tristes euforias. A un lado
del grupo donde yo estaba se levantaba una catedral enhiesta que limitaba
nuestros sentimientos. De pronto surge como de la nada una mujer como una diosa
fulgurante que enfrenta nuestros atavismos de los ordenamientos domingueros. La
tomo entre mis brazos y por en medio de aquella multitud camino llevándola
cargada en pos de otro ambiente donde su natural complacencia pueda desplegarse
libremente. Abandono aquel cortejo que había seguido avanzando con rumbo a lo
ordenado porque “los muertos entierran a sus muertos”. Y yo voy con la mujer
aparecida que camina ahora a mi lado exhibiendo su belleza de mármol. Es como
una estatua descendida en medio de aquella multitud que, con una sola
cara, contempla el pasar de lo mutable.
Pronto nos alejamos de allí y llegamos a un lugar donde me aprisiona y me
cuenta su secreto. Me dice que deje la corriente de la muerte y que siga la
senda inmutable que conduce a lo mismo. Luego desapareció en un coche tirado
por unos caballos de plata y en ese momento se cubrió como de un vaho
incandescente que la ocultó de nuestras miradas. Sólo me quedó la satisfacción
como cuando contemplo una caída del sol por la tarde. Y la gente seguía
acompañando aquel féretro, resto de la muerte,
por aquella calle larga que conducía directo al cementerio donde se sentía ya el frío del atardecer.
ISABEL
Todo surgió como un vendaval en mi mente cuando pensé de
pronto en Isabel. Era como una hermosa estrella que llenaba nuestras horas
antes de pegar los ojos con historias de duendes que subían y bajaban por entre
árboles del bosque del olvido. Ella acostumbraba contarnos cómo un gigante
asolaba no sé que extraña región y cómo llegó todo a la calma cuando los
duendes buenos acabaron con el temible monstruo. Nuestros sueños de pronto
seguían reproduciendo la historia que Isabel había dejado empezada porque cuando
veía que empezábamos a dormirnos nos acababa de cobijar y nos pasaba su tersa
mano por nuestras caras deseándonos un buen sueño. Lo que soñábamos tenía un
parecido enorme con la realidad que nos relataba Isabel porque así veíamos
entonces las historias que nos preparaba para contarnos en la cama. Eran
vividas por figuras que ante nuestros ojos de niños cobraban toda la forma de
seres reales. En nuestra mente, eran los duendes, señores muy parecidos a los
que mamá acostumbraba visitar en nuestro barrio. Nuestro despertar se cubría de
una mañana isabelina porque sentíamos
ya desde la cama su presencia a nuestro lado ofreciéndonos el jugo que mamá le
indicaba que nos diera todos los días al levantarnos, para que creciéramos
sanos y fuertes, y poder darse el gusto de presentarnos a sus vecinas como unos
niños muy agraciados. A mí me parecía que mamá entonces abusaba de nuestra
condescendencia con ella porque se permitía presentarnos a alguna señora que
nos parecía muy aburrida y por quien no sacrificaríamos gustosos ni un momento
de nuestros juegos.
Sentíamos el agua correr por todo nuestro cuerpo. Era el
programa habitual que teníamos que cumplir antes de poder dedicarnos a nuestros
cotidianos afanes. Isabel servía en todo ésto a nuestros rencores y a nuestros
caprichos porque era allí en el baño, que tenía la forma de los antiguos pozos
donde en las casas acostumbraban recoger agua para los días de verano, donde
ella más estaba dispuesta a complacernos y a acompañarnos. Era nuestra
guardiana y cumplidora de nuestras fulminantes órdenes: “préstame ese jabón”,
“mirá, Isabel, cómo me pega Gloria”, “pero no dejes que me tire agua así o le
voy a decir a mi mamá”. Era un montón de
espuma lo que de repente se abría entre nosotros a través de la cual se veía también a cortos
intervalos los rayos del sol pero formando unas hermosas banderas con todos los
colores del arco iris. Esos tonos se perfilaban en la piel de mis hermanas que
adquirían la forma de bellas bañistas que vislumbro ahora tras largos años en
mis viajes por la playa cuando hermosas niñas juegan con sus padres olvidados
por completo de la rutina de las ciudades congestionadas.
EPISODIO DE CIENCIA FICCION
Subo a una roca inmensa que está en medio de una extensa
llanura. En lo más alto encuentro un hombre que lleva allí viviendo solo,
largos años. Nos hacemos amigos y conversamos. Me cuenta que él desciende de
otro mundo y que no ha podido sintonizar y encuadrar su capacidad de
supervivencia con el ambiente de la tierra. Le parece un aire muy pesado. “Por
aquí en estos contornos se respira muy fuerte”, me dice, mientras trata de
organizar una mejor disposición de su instrumento vital. Así ha pasado varias
decenas de años. Pero tiene confianza que algún día superará este inconveniente
y podrá bajar a convivir con los terrícolas a quienes considera poseedores de
una mejor armonía. Le oculto todo lo que estoy pensando de ésto. El, al cabo de
un rato de estar cavilando y sin mostrar la menor muestra de sorpresa, dice que
había estado esperando que ese momento que él estaba viviendo conmigo llegara
de improviso porque ya había
pronosticado todo lo que haría cuando sus compañeros del planeta de donde él
había venido lo dieran por desaparecido,
ya que venía con una misión muy especial, pero tuvo la desgracia de
pisar tierra en medio de una región que aún para los hombres es completamente
inaccesible. Pensé que era mejor que se quedara allí, que aunque considerara
que era un sitio inhospitalario, era el mejor que le había correspondido. No le
conté cómo era el resto del mundo porque me pareció que le causaría una
impresión muy triste a un ser que llegaba a la tierra, “mi planeta”, como decía
para mí mismo.
Mi admiración seguía como al principio porque no podía
comprender cómo había sucedido todo aquello a pesar de que había leído muchos
relatos de ciencia ficción sobre estos temas y últimamente desde que había
salido del colegio había leído en una revista científica que los viajes de
platillos voladores eran más que una ficción ya que se tenían pruebas muy
exactas sobre tales hechos. Aparecía allí por ejemplo una colección de
documentos visuales tomados en diversas partes del mundo acerca de aterrizajes
de emergencia, tal vez de dichos extraños aparatos, y cómo, uno de ellos había
sobrevolado en una forma misteriosa la superficie de la tierra, pero sin que se
hubiera tenido hasta el momento noticia de haber tenido comunicación con los
posibles viajeros de aquella nave. Me decía que estaba ante un hecho de los que
tenía que ver muchísimo con tales sucesos y por temor a que el extraño ser que
estaba contemplando tomara alguna represalia, no le conté nada acerca de lo que
sabíamos los hombres de tales acontecimientos y sobre la posible existencia de
vida en otros planetas.
CON EL GRUPO
Sabía que afuera estaba haciendo más frío que en la casa y
ésto era motivo de satisfacción y quizás, de alegría. Me sentía seguro de mí
mismo por haber elegido hacer aquello. Traté de mirar por la ventana grande
hacia el exterior pero allí solo ví un caballo negro que pacía
continuamente y que mantenía agachada su
cabeza como tratando de adherirse a lo más seguro para él: el suelo. Dentro, la
situación era agradable, así me parecía. Nunca antes me había sentido tan
abrigado en medio del grupo con el que me dedicaba a estudiar algunas
veces. Estábamos esperando que se
iniciara la experiencia que había sido preparada para nosotros. Ello había sido un motivo de preocupación durante
toda la semana. Estábamos a la expectativa
y no nos imaginábamos siquiera como iría a comenzar. Sólo sabíamos por
algunas referencias, que se trataba de algo en que todos teníamos que colaborar
para intentar solucionar un problema complejo. Esto era lo que más nos
angustiaba. Estábamos sentados, y a pesar de que conversábamos desprevenidamente,
manifestábamos algo de nuestra inquietud. La sala estaba iluminada en el centro
y hacia los lados una luz más densa y opaca mostraba los contornos de los objetos que allí había:
unos cuantos cuadros colgados como en una casa de campo, unas sillas
distribuidas por el corredor y que eran como el signo de la hospitalidad de la
que nosotros disfrutábamos justamente en ese momento. Era una sala acogedora.
“Pónganse cómodos”, fue lo que nos dijo. Nos sentamos en las sillas del medio y
en el tapete que estaba cubriendo todo el piso.
RECORRIDO
Bajábamos apresuradamente las escaleras cuando vimos que
nos salían al encuentro un grupo de jóvenes demacrados, con muestras de que
habían estado jugando durante mucho tiempo. Nos hicimos a un lado y ellos
siguieron. Parecía como si persiguieran
a alguien o como si pretendieran llegar cuanto antes a un lugar predeterminado.
Luego de este encuentro imprevisto seguimos bajando pero esta vez era corriendo
aunque no sabíamos cuál era nuestro objetivo concreto ni por qué lo hacíamos.
Sólo una cosa nos movía a todos y de éso estábamos seguros: había que correr a
toda costa, había que seguir adelante porque
era una cuestión de vida o muerte. Nos sentíamos impulsados como por una
corriente en un río muy tormentoso donde es más conveniente no oponer
resistencia allí donde precisamente la corriente es más embravecida. Era -si es
necesario decirlo- un miedo repentino y hecho constante y por tanto ley en cada
uno de nosotros, a quedarnos quietos o intentar mirar hacia atrás: teníamos que
mirar solo hacia adelante y sobrepasar cualquier obstáculo que se presentara.
De esta forma, nos vimos corriendo por unos pasillos muy estrechos y oscuros
que no sabíamos donde conducían. En este momento, todos respirábamos al unísono, de tal suerte
que hacíamos corresponder cada salto en la carrera con una respiración. Así nos
sentíamos más compenetrados con lo que nos movía sin saber para dónde y con una
sola seguridad: que nos movíamos, que corríamos por entre todos aquellos como
socavones de una oculta mina. Descendimos mucho. No me acuerdo muy bien cómo.
Era como una carrera que yo hacía con fantasmas deseando salir lo antes posible
de un mundo que me enloquecía. Pero era una entrada hacia lo profundo, no una
salida hacia lo más superficial, hacia lo más aparente. Pero ese fondo y fin de
nuestra carrera sí existía porque pronto llegamos a una especie de garaje muy
grande. Allí tuvimos que franquear la entrada quitando unos maderos atravesados
que estaban protegiendo la entrada de todo forastero aunque por ningún lado se
veía ser viviente alguno y más parecía un lugar completamente deshabitado. Tan
tenebroso era que hasta parecía que se hubiera interrumpido allí el tiempo de
las cavernas. Era un ambiente putrefacto, sin ninguna corriente de aire que
ventilara el contorno. Era como la entrada a una misteriosa cueva donde desde
la entrada no se lograba ver sino la parte más cercana del techo, allí donde se
va perdiendo la vegetación y comienza a ocultarse la luz del día. Abrimos una
puerta de aquella edificación que parecía no había sido hecha por manos
humanas. Estaba seguro de que aquella puerta no se había abierto en años, pero
parecía que no la hubieran abierto nunca.
Allí había un camión de
los que utilizan en el campo para transportar la cosecha a la
ciudad. Rápido nos montamos los que
pudimos y arrancamos. Salimos en forma precipitada para dejar todo aquel mundo
de espanto y de sueño. Este era el objetivo muy concreto ahora, pero como
antes, cuando corríamos por los socavones, no sabíamos a donde nos conduciría
todo aquello. Permanecía impasible al lado de un hombre que más parecía un fantasma.
Jadeaba de modo violento y no hablaba nada. Solo, ensimismado, de vez en cuando
miraba hacia atrás como recordando todos aquellos momentos crueles. Es como
cuando se abandona un campo de concentración de donde no se pensó que se
pudiera salir algún día. Miraba desconcertado tratando de recuperar algún
recuerdo de aquello que ahora dejaba. Creía empezar de nuevo.
Pronto, sin saber cómo, nos vimos en el seno de la gran
ciudad. Pero aquí ya nos veíamos tragados no por lo incomprensible de un medio
que nos rechazaba sino confundidos por todos sus espejismos. Parecía como si de
la realidad cruel del destino en una noche oscura hubiéramos pasado al mundo no
real del sin sentido. Los habitantes de aquella ciudad que despreocupadamente
deambulaban sin notar casi nuestra presencia desacostumbrada nos recordaban la
ausencia de fundamento de nuestras vidas aunque habíamos pasado a lo que
llamaban mundo de luz pero que para nosotros había seguido mostrando y
permaneciendo en una oscuridad todavía más ocultadora e impenetrable. Pero
siempre seguíamos hacia adelante. El mismo ritmo del movimiento que teníamos
cuando corríamos sin saber para donde entre unos contornos hórridos, se adueñó
ahora de nosotros. Seguíamos siempre en busca de algo nuevo ya que esa primera
realidad, la de la ciudad nos pareció en cierto sentido igual o peor que la
primera. Seguíamos persiguiendo un fin. Siempre mirábamos más allá de nosotros
mismos escogiendo tal vez la manera de disfrutar mejor de todo. Pero pensé: “en
el fondo no somos más que veletas llevadas por el viento”.
VISION
Trataba de mirar mejor para comprender que aquello era
cierto. No alcanzaba a dar crédito a mis ojos. Es como si hubiera despertado de
repente y me hubiera encontrado tirado en una playa o en un puerto ante un
barco inmenso que iba a zarpar, el cual tenía muchos pisos y escalerillas a los
lados. Me sentí de pronto impulsado a ascender por una de esas escalerillas.
Algo inexplicable me exigía que tenía que subir por allí. Como si hubiera
recibido una orden empecé a cumplir dicho impulso. Difícilmente podía subir ya
que sentía como una corriente de aire que salía de la parte más alta donde se
apoyaba la escalerilla por la que estaba subiendo. Fue un ascenso lento y
penoso. Pero tenía que cumplir lo que interiormente recibía como una orden
aunque no le veía ningún objetivo a aquella subida sin sentido. Pero algo me
decía que si continuaba haciéndolo diligentemente me demostraría a mí mismo que
podría arrostrar cualquier peligro con tal de hacer valer mi voluntad por
encima de cualquier contratiempo que se presentara. Esto era lo que más me
obsesionaba a pesar de la sinrazón de aquel esfuerzo. Tenía que tranquilizarme
con el convencimiento de que no había transgredido la orden interior que me
obligaba a actuar por encima de toda circunstancia. Tenía que cumplirla a pesar
de todo. Tenía que obedecerla para no traicionarme a mí mismo.