REFLEXIONES PEDAGOGICAS 2023 José Iván Bedoya M.
Facultad de Educación
U. de A. Medellín
Ante la urgencia del rediseño curricular que se exige ahora con respecto a las instituciones formadoras de docentes se intenta rastrear todas sus posibles implicaciones tanto con respecto al saber pedagógico para el que se plantean nuevas tareas e interrogantes como con respecto a los saberes participantes en la relación pedagógica. Esto se propicia actualmente ya que se orienta y se piensa la pedagogía en otra forma de como hasta ahora se la había reducido.
Este proceso exige una “toma de conciencia” crítica
mediada o apoyada en la reflexión filosófica y epistemológica con respecto a
los conceptos que han orientado hasta ahora la práctica docente y los planes de
enseñanza o currículos existentes, los que se intenta justamente cambiar. Dichos conceptos directrices conforman los
paradigmas que han dominado o se han mantenido a través de las prácticas y las
teorías educativas. Con el cientificismo y el historicismo hay que identificar
los diversos enfoques que ha seguido el positivismo como criterio para intentar
lograr la cientificidad en el campo de la educación, como fue el proyecto de
las llamadas “ciencias de la educación”.
Es necesario entender el currículo integrado
sustentado en el concepto de formación como su eje directriz orientado
en forma interdisciplinaria de tal forma que para su realización y comprensión
participen diferentes disciplinas de tal forma que se pueda abordar la
problemática compleja de la educación.
Lo que realmente se intenta conocer, explicar o
plantear críticamente es que es lo que ocurre propiamente en la educación. Qué
es educar, en qué consiste formar, qué conocimientos se pueden lograr a través
del proceso pedagógico. Tiene que ver
con la necesidad de entender cuál puede o debe ser el saber que le dé sentido
teórico o académico a la institución, pero no en tanto institución burocrática o
al servicio o con respecto al Estado o al sector oficial del que depende en
cuanto institución, sino en cuanto institución del orden del saber, en cuanto
tiene o confronta procesos epistémicos que en y a través de ella se dan, pero
que -ya se lo está reconociendo- no se
dan de manera exclusiva mediante ella.
En el contexto de la discusión postmoderna que se
viene ejerciendo con respecto a la educación y en general con respecto a las
instituciones formadoras de docentes se constata esta crisis de la educación.
Para algunos sería solo una disfunción o urgencia de modernizar sus estructuras
y adecuarlas a las necesidades de cambio que tiene ahora la sociedad. La crisis
se percibe en todo tipo de escritos sobre la educación, desde los oficiales
hasta los artículos de prensa y de revistas que se refieren al tema de la
educación. Tratan de dar algún tipo de “salida” o de solución a la tan
mencionada crisis.
Hay que reconocer que existe una “voluntad política”
con relación a la educación entendida como un querer proceder como debe ser en
lo que se refiere a los procesos pedagógicos. Se parte de reconocer que se
venía procediendo errática o inadecuadamente o que no se le había prestado la
suficiente importancia al tema de la educación y que presionada de alguna
manera por tanta discusión y aplicación de reformas como se venía dando, había
que tomarla como objeto de investigación pero no solo por los directamente
interesados en ella, los docentes de los colegios o los profesores de las
facultades de educación, sino por parte de sicólogos, sociólogos, filósofos,
etc. Esta nueva “voluntad política” que aparece ahora con
respecto al tema de la educación se asocia con una nueva “voluntad de saber” en
el sentido de que se intenta conocer e investigar el proceso educativo como un
proceso que tiene que ver de alguna manera con el tema del conocimiento. Es decir, se lo asume cada vez más como un
acontecimiento del orden del saber. O sea, en lo que se refiere a lo político,
se superan los repetidos clichés de que el sector educativo tiene tal o cual
papel con respecto al Estado y que como tal es primero asunto de Estado, un
tema político o sociopolítico o macroeconómico.
De esta forma, los estudios que reposan en las entidades educativas y en
los centros de investigación están caracterizados primordialmente por este
enfoque que corresponde muy bien con el paradigma cientificista como determinante
del contexto en que dominaron las llamadas “ciencias de la educación” para las
que la educación era el objeto central o básico de la investigación de tipo
descriptivo de alguna manera sociologizante y de tipo administrativo,
continuando con la mirada ingenieril y
de gestión administrativa últimamente. La nueva “voluntad política” que surge
intenta cambiar de enfoque y superar el paradigma que se mantuvo de manera
incuestionada impidiendo paradójicamente analizar y plantear cómo debe ser la
problemática educativa.
Esta “voluntad política” permite acceder a una “voluntad
de poder”: a descubrir o constatar el verdadero poder que puede o
debe tener el proceso pedagógico no tanto con respecto a las estructuras
sociales de poder o instituciones como se decía antes, sino a constatar que
“voluntad de poder” implica un cambio que debe
empezar con un cambio de actitud frente a lo real y el conocimiento que se debe
iniciar desde el sujeto que participa en el proceso. Formación significa fundamentalmente
transformación, pero no de la realidad externa sino de mi actitud frente a lo
real, lo social, el conocimiento. Si se
pretende realmente formar hay que asumir la necesidad de un cambio radical de
mi actitud frente a lo que he considerado como educación. Si no se toma
conciencia crítica de lo que ha implicado educación, enseñanza, aprendizaje,
estudiar, etc., entonces voy a seguir actuando de manera inconsciente como
hasta ahora he estado actuando o como todos lo han hecho y lo seguirán haciendo
si solo se limitan a entregar más novedosas estrategias didácticas y
metodológicas. Con este nuevo modelo permanecen en el mismo enfoque instrumental
que tanto se viene a mencionar sin ir más allá del funcionamiento del esquema.
Lo más grave es que se pretende reducir y por lo tanto simplificar y coartar el
aporte crítico y racional al plantear que hay una nueva manera de afrontar y
abordar la problemática compleja de la educación.
Se trataría de simplificar esta problemática compleja en términos de elementos
simples, yuxtapuestos, si entendemos los “núcleos del saber pedagógico” como
ahora se pretende “leerlos”. Tenemos que
cuestionar esta lectura simplificadora y cientificista que se intenta presentar
como la auténtica “versión de los hechos” en el contexto actual de la
educación.
Esta actitud corresponde más bien a la
descontextualización y desarticulación de los saberes que aún se mantiene -a pesar de todo- (a pesar de tanta discusión que ha habido en
los distintos foros y debates en torno al tema)
Como se ha presentado tantas veces, los saberes aparecen o funcionan descontextualizados de los
procesos de investigación de los que se consideran dependen o surgen, y de la
epistemología e historia de las ciencias, sin las cuales aparecen como
resultados o datos en sí mismos como teorías fijas o dadas de por sí, que se
validarían desde un cientificismo por sí
mismas, en una autoafirmación dogmática y esotérica. Esto último es lo que
permitiría entender por qué ha funcionado o se ha mantenido la departamentalización
de los saberes que ahora se viene justamente a intentar cambiar, ante la
reflexión desde una epistemología de la complejidad y de la postmodernidad.
Para poder conseguir una “comunidad
académica” hay que permitir o lograr una articulación armónica entre los
diferentes saberes que tienen su presencia en la institución formadora de
docentes. Se trata de que los sujetos de dichos saberes no aparezcan o estén presentes
como los defensores o detentadores de dichos predios o feudos -como los
queramos llamar- sino como los que en una relación inter y transdisciplinaria,
se decidan a participar en la tarea que debe ser común a todos nosotros como es
la formativa. De esta forma sí podrá existir la “comunidad
académica” de la institución. Así
sería posible hablar de un auténtico plan de formación articulado con los
diversos saberes que trabajarían en el logro de un propósito común para dicha
comunidad académica del saber pedagógico: la formación. Este de todas maneras
no debe negarse a la metodología: la debe suponer en el sentido de que quien
tenga como docente una adecuada formación pedagógica, sabrá cómo entender,
“moverse” o actuar en cada proceso de enseñanza concreto, sabrá cómo enfrentar
algún asunto concreto que la práctica cotidiana de la enseñanza le exija o le
plantee, pero también, sabrá que no se puede reducir dicho saber pedagógico a
una metodología o a una didáctica específica. Mantendrá ante todo y en forma
permanente una comprensión racional y crítica de la complejidad del proceso
formativo.